El Viaje de Daniela al Mundo de Colores



Era un hermoso día de sol cuando Daniela decidió emprender su aventura hacia la casa de su abuela, que vivía al otro lado del desierto, entre montañas majestuosas. Con una mochila llena de merienda y su gorra favorita, comenzó su travesía.

Mientras caminaba, Daniela miraba a su alrededor. El desierto era un lugar lleno de cosas maravillosas. Había cactus verdes, rocas de formas extrañas y unas mariposas amarillas que danzaban en el aire.

"Voy a ver a la abuela, y ella me va a enseñar a bordar un mundo de colores", pensaba con emoción.

De repente, Daniela escuchó un susurro. Era una liebre con un sombrero de paja que saltó frente a ella.

"¿A dónde vas, pequeña?", preguntó la liebre.

"Voy a casa de mi abuela, quiero aprender a bordar", respondió Daniela, con una sonrisa en el rostro.

"¡Pero el camino es largo y peligroso!", advirtió la liebre. "Te puedo ayudar, pero necesitas seguir mis instrucciones muy bien."

Daniela, entusiasmada, aceptó la propuesta. Juntas, continuaron el camino. La liebre le enseñó a mirar el cielo y a distinguir las nubes, le explicó cómo encontrar agua en un lugar desértico, y juntas llenaron botellas con el agua de una charca oculta que había bajo un espino, todo mientras compartían historias de aventuras pasadas.

Después de varias horas, llegaron a un alto cerro desde donde se podía ver el maravilloso horizonte de montañas. "¡Mirá!", dijo la liebre señalando hacia una de las montañas. "Desde allí hay un camino directo hacia la casa de tu abuela. Pero debes sortear el puente del viento."

"¿El puente del viento?", preguntó Daniela, un poco asustada.

"Sí, es un lugar donde el viento sopla fuerte y a veces se siente como si te empujara hacia atrás. Pero tú eres valiente, y como me has escuchado, lo lograrás", le animó la liebre.

Con determinación, Daniela avanzó hacia el puente del viento. El aire era fuerte y desafiaba sus pasos. Pero recordó las enseñanzas de la liebre, respiró profundo y, firme, cruzó el puente. Con cada paso, el viento parecía cantarle, como si celebrase su valentía. Al llegar al otro lado, exclamó con alegría:

"¡Lo hice!"

Al poco tiempo, el sol comenzaba a ponerse, y el cielo se llenaba de colores. Daniela se sentía emocionada, pues sabía que estaba cerca de su abuela. Pero, al girar la esquina de una roca, vio que ya no había más camino, sólo un gran abismo.

"¡Oh, no!" dijo Daniela, "¿Cómo voy a cruzar esto?"

La liebre, que la seguía de cerca, sonrió y dijo:

"A veces hay que saltar o buscar otra solución. ¿Qué tal si encontramos algo para ayudarte a cruzar?"

Daniela miró a su alrededor y vio algunos troncos de árboles que habían caído. Juntas, decidieron construir un puente improvisado. Con mucho esfuerzo, lograron cruzar el abismo. Al llegar al otro lado, Daniela se abrazó a la liebre.

"No podría haberlo hecho sin vos. Gracias por tu ayuda!"

Finalmente, después de una travesía llena de aprendizajes, Daniela llegó a la casa de su abuela.

"¡Abuela, estoy aquí!" gritó.

La abuela apareció en la puerta con una gran sonrisa. "¡Mi niña! ¡Cuánto te extrañé! Ven, ven que tengo algo muy especial para enseñarte."

Daniela se llenó de emoción. La abuela la llevó a su taller, donde había madejas de hilos de todos los colores.

"Hoy te enseñaré a bordar un mundo de colores. Pero recuerda, se necesita paciencia y práctica", dijo la abuela con ternura.

Y así, Daniela se sentó al lado de su abuela, lista para aprender. Mientras bordaba, revivió las aventuras que había tenido en su camino y sintió que cada puntada era un recordatorio de su valentía y de la maravilla del mundo que la rodeaba.

Ese día, Daniela no solo aprendió a bordar, sino que comprendió que la vida, como el bordado, está compuesta de colores, decisiones y, sobre todo, amor. Y cada vez que miraba su tela, siempre pensaba en las aventuras pasadas y en su abuela, que le enseñaba a ver el mundo de una manera especial.

FIN.

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