El viaje de Elena y sus amigos



Era un día soleado en Domingo Pérez, y la escuela Nicasio Palomeque estaba llena de risas y juegos. En el aula, se encontraba Elena, una niña de ojos brillantes y una gran sonrisa, a pesar de que necesitaba oxígeno y soñaba con un trasplante de pulmón. Su pasión eran los elefantes; cada vez que hablaba de ellos, sus ojos se iluminaban como si llevasen un arcoíris.

Una mañana, la profesora de ciencias, la señora Gómez, les dijo a los alumnos: "Hoy vamos a aprender sobre los elefantes, esos maravillosos animales que habitan en África y Asia. Son conocidos por su inteligencia y su gran memoria. ¿A quién le gustan los elefantes?"

Elena, levantando la mano con entusiasmo, exclamó: "¡A mí! ¡Me fascinan! Son tan grandes y fuertes, pero también muy amables."

"¡Yo también los adoro!" gritó Natalia desde el fondo.

"Y yo quiero ver uno en persona," agregó Patri.

"Yo he leído que tienen una memoria increíble," comentó Eva.

"Y que pueden comunicarse a través de sonidos que nosotros no escuchamos," finalizó Silvia.

El día continuó con emocionantes historias sobre elefantes y anécdotas de safaris que los niños soñaban vivir. Pero lo que más disfrutaba Elena eran las historias que contaba su papá, Miguel, cada noche antes de dormir.

Esa noche, mientras su padre le leía un cuento sobre un elefante que viajaba por el mundo, Elena dijo: "Papá, ¿por qué no hacemos un viaje a Africa? Quiero ver un elefante de verdad. "

Miguel sonrió, pero también sabía que el viaje no sería fácil. "Amor, podemos soñar con eso, pero ahora necesitamos enfocarnos en que te sientas mejor. ¿Qué te parece si hacemos una pequeña aventura aquí, en casa?"

Elena se iluminó, "¡Sí, eso suena genial!"

Con la ayuda de su mamá Upe y su hermana Maria, organizaron un viaje de safaris dentro de su casa. Con una manta sobre la mesa y almohadas alrededor, crearon una jungla improvisada. Las amigas de Elena fueron incluidas en la aventura, cada una representando a un animal diferente.

"Yo seré un león rugiente," dijo Eva, mientras hacía un sonido similar al de un león.

"Y yo soy una jirafa," respondió Silvia, estirando su cuello alto.

"Yo seré un loro colorido," anunció Patri con una sonrisa.

"Y yo soy un hipopótamo," añadió Natalia, haciéndole caras a los demás.

Elena, por supuesto, era la reina de la jungla y se movía con la majestuosidad de un elefante. Sus amigas le contaron historias de aventuras en el bosque y cómo debían cuidar el planeta.

"Si cuidamos nuestros lugares, podemos ayudar a que los elefantes tengan un hogar," dijo Natalia.

"Y también podemos aprender a hacer una obra de teatro sobre ellos," sugirió Silvia. "Así podríamos concientizar a otros sobre su conservación."

A medida que el juego avanzaba, Elena tuvo una idea brillante: "Podemos juntar dinero para ayudar a proteger a los elefantes. Así, cuando crezcamos, podremos viajar a verlos de verdad. ¿Qué les parece si hacemos una venta de pasteles y organizamos una función en el colegio?"

A todas les encantó la idea, y comenzaron a prepararse para su gran movimiento en defensa de los elefantes. Todos en la escuela Nicasio Palomeque se entusiasmaron, y entre juegos y risas, lograron juntar una buena cantidad de dinero.

Cuando por fin llegó el día de la presentación, los padres y el resto de la escuela estaban allí, emocionados. Upe, Miguel y Maria observaban con orgullo mientras Elena y sus amigas actuaban y deleitaban a todos con su ingenio. Al finalizar la obra, Elena, con la voz temblorosa, dijo: "Gracias a todos por ayudarnos a cuidar a nuestros amigos los elefantes. Este es solo el comienzo de nuestra aventura. ¡Vamos a cambiar el mundo!"

Sus padres la aplaudieron con fuerza, y las respuestas del público fueron abrumadoramente positivas. La colaboración en su iniciativa fue como un soplo de aire fresco: "¡Nos encanta lo que hicieron!"

La noticia llegó tan lejos, que pronto una fundación de conservación de elefantes se interesó en su historia y decidió ayudar a financiar el sueño de Elena.

Finalmente, después de un tiempo, Elena pudo recibir tratamiento y se encontraba mucho mejor. No solo logró inspirar a su comunidad, sino que también vio su sueño de ver elefantes en su propia jornada cumplido.

El viaje que inició como un sueño en su casa, terminó llevándola a tierras lejanas donde pudo ver a esos impresionantes animales, cada uno de ellos un trozo de su propio corazón.

Y así, Elena no solo se sanatió, sino que juntos, con sus amigos, realizaron una contribución significativa a la protección de los elefantes, dejando una huella en el mundo que nunca olvidarán.

FIN.

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