El Viaje de Emiliano y la Pequeña Estrella
Érase una vez, en un pueblito rodeado de montañas, un niño llamado Emiliano. Todos los días, después de la escuela, se iba a la cima de la montaña más alta para observar las estrellas. Una noche, mientras miraba al cielo, notó algo brillante que se movía rápidamente. Era una pequeña estrella que parecía estar en problemas.
- ¡Hola! - gritó Emiliano, sintiendo que la estrella podía oírlo. - ¿Puedes ayudarme? Te veo muy preocupada.
La pequeña estrella, que se llamaba Lúmina, bajó lentamente hasta donde estaba Emiliano.
- ¡Hola, Emiliano! - respondió ella con una voz suave y chispeante. - Estoy tratando de volver a mi lugar en el cielo, pero me he perdido.
Emiliano, que siempre había soñado con vivir una aventura, decidió ayudar a Lúmina.
- No te preocupes, yo te ayudaré a volver a casa - dijo con determinación.
Así comenzó la travesía de Emiliano y Lúmina. Juntos decidieron visitar al sabio del bosque, un viejo búho llamado Teodoro, quien conocía todos los secretos del cielo.
- Buenas noches, Teodoro - saludó Emiliano al llegar al árbol gigante donde el búho habitaba.
- Buenas noches, joven. ¿Qué los trae por aquí? - preguntó el búho moviendo sus grandes ojos.
- Lúmina necesita volver a su lugar en el cielo, y no sabemos cómo hacerlo - explicó Emiliano.
- Ah, entiendo - dijo Teodoro. - Para volver al cielo, Lúmina necesita reunir tres cosas especiales: un rayo de sol, una gota de rocío y la melodía de un pájaro.
- ¿Y cómo conseguimos todo eso? - preguntó Emiliano, sintiéndose un poco angustiado.
- Primero, deben ir al valle de los girasoles y encontrar un rayo de sol en una flor - indicó el búho. - Después, diríjanse al arroyo a la mañana para recoger la gota de rocío. Y finalmente, escuchen a los pájaros cantar en el amanecer, eso les dará la melodía.
Con una sonrisa en el rostro, Emiliano y Lúmina se pusieron en marcha hacia el valle. Al llegar, se encontraron rodeados de girasoles que se movían con la brisa.
- ¡Mirá! - exclamó Emiliano. - ¡Ahí hay un girasol que brilla más que los demás!
Ambos se acercaron al girasol brillante. Lúmina, con su luz, hizo que el girasol se abriera, dejando escapar un pequeño rayo de sol dorado.
- ¡Lo conseguimos! - gritó Emiliano.
Continuando su viaje, llegaron al arroyo al amanecer. Emiliano se agachó y recogió con cuidado una gota de rocío en su mano.
- ¡Qué fresca y brillante! - dijo Lúmina emocionada. - Ya tenemos dos de las cosas que necesitamos.
Luego, se acercaron a un árbol donde los pájaros empezaron a cantar. Emiliano prestó atención a la melodía.
- ¡Esa es! ¡Esa es la melodía! - exclamó.
Con los tres elementos recolectados, volvieron donde estaba Teodoro.
- Lo hicimos - dijo Emiliano con orgullo. - Aquí están: el rayo de sol, la gota de rocío y la melodía.
Teodoro sonrió y, usando su sabiduría, combinó los elementos en un pequeño frasco.
- Ahora, Lúmina, debes volar alto hacia el cielo y abrir este frasco. Así podrás regresar a tu hogar.
Lúmina miró a Emiliano con lágrimas en los ojos.
- Gracias, Emiliano. Nunca olvidaré nuestra aventura - dijo la estrella.
- Yo tampoco - respondió Emiliano. - Siempre miraré al cielo y recordaré a mi amiga.
Lúmina voló alto, abrió el frasco y, en un instante, una luz brillante la envolvió. Con un resplendor, ascendió al cielo, volviendo a su lugar entre las estrellas.
Emiliano sonrió, sabiendo que había logrado algo increíble. Desde entonces, cada noche se sentaba en su lugar favorito mirando las estrellas, esperando ver a su amiga brillar.
- ¡Hasta siempre, Lúmina! - susurró mientras una estrella fugaz cruzaba el cielo.
Y así, Emiliano aprendió que, a veces, lo más valioso es ayudar a los demás y mantener viva la amistad, incluso a través de distancias infinitas.
FIN.