El Viaje de Felipa



Había una vez en un pequeño pueblito del interior de Paraguay, una adolescente llamada Felipa. Era una joven llena de sueños y curiosidad, que vivía con su tía Elizarda, una mujer bondadosa y sabia que siempre le contaba historias sobre el mundo. Felipa era muy querida en su comunidad, pero había alguien que se preocupaba más de la cuenta por ella: el párroco Martín.

Martín siempre había sido un hombre estricto, pero a medida que pasaban los días, empezó a notar a Felipa. Ella era alegre, siempre sonriendo e iluminando el día de quienes la rodeaban. Desde que la conoció, decidió que debía protegerla, aunque a veces su forma de hacerlo era un poco excesiva.

Un día, mientras Felipa paseaba por la plaza del pueblo, encontró a Pascual, un joven que había llegado para ayudar a su abuela en el cultivo de la tierra. Pascual tenía un espíritu libre y una risa contagiosa que atrapó inmediatamente a Felipa.

"Hola, ¿cómo te llamás?" - preguntó Pascual con un brillo en los ojos.

"Soy Felipa, ¿y vos?" - respondió ella, sintiendo una chispa en el aire.

"Soy Pascual. Me estoy quedando aquí unos meses. ¿Te gustaría mostrarme el pueblo?" - sugirió él, sonriendo.

Felipa no podía creer la suerte que tenía. Desde ese día, comenzaron a explorar juntos; subían cerros, compartían anécdotas y soñaban juntos con un futuro lleno de aventuras.

Sin embargo, cuando Martín se enteró de la nueva amistad, se sintió bastante incómodo.

"Felipa, ¿creés que es seguro que salgas tanto con Pascual?" - le preguntó en un tono serio.

"Pero Martín, es solo un amigo. Me hace reír y siempre me cuida. ¿No es eso lo que hacen los amigos?" - respondió Felipa, intentando preguntarse si su relación con Pascual era realmente peligrosa.

Martín la miró, pero no podía dejar de preocuparse. Pensaba que debía protegerla de cualquier cosa que pudiera lastimarla. Por eso, decidió hablar con Elizarda.

"Elizarda, creo que Felipa necesita más cuidado… especialmente ahora que tiene un amigo nuevo."

Elizarda suspiró, que ya estaba acostumbrada a la forma sobreprotectora de Martín.

"Martín, Felipa necesita aprender a vivir y a confiar en los demás. La sobreprotección no siempre es el camino. Debemos dejar que ella elija."

Ambos discutieron el tema y, al final, decidieron que sería mejor que Felipa tuviera la libertad de elegir sus propias amistades.

A medida que pasaban las semanas, la relación entre Felipa y Pascual se fortalecía. Un día, mientras jugaban en el campo, Pascual se le acercó a Felipa y le dijo:

"Felipa, creo que la vida es así, como una aventura. No siempre podemos correr, pero siempre podemos disfrutar del viaje."

Felipa sonrió, atrapando su mirada. Un nuevo gesto impulsó su corazón.

Sin embargo, un día, Pascual recibió una carta. Su abuela estaba enferma y era necesario que volviera a casa. Felipa se sintió triste, pero también comprendía.

"Pascual, tienes que ir. Tu familia te necesita más que nada en este momento."

Él la miró con tristeza.

"Lo sé, pero no quiero dejarte. ¿Prometés que estarás bien y que seguirás persiguiendo tus sueños?" - le preguntó.

"Prometo. Lo haré por vos. Y siempre recordaré las aventuras que compartimos."

Pascual se fue, y aunque sentía un vacío en su corazón, Felipa sabía que lo correcto era apoyarlo. Estudió arduamente y decidió que quería ser ingeniera agrícola, para ayudar a la gente de su pueblo a cultivar mejor la tierra.

Muchos meses después, un día, mientras Felipa trabajaba en su proyecto escolar, recibió una carta de Pascual. En ella, él le contaba cómo había ayudado a la comunidad de su abuela y le dijo:

"Felipa, tu fuerza me inspira. Algún día, seguro volveré a verte. No olvides los sueños."

Ahora Felipa sabía que su amistad con Pascual nunca se había ido, y seguía originando su propia aventura.

De esta manera, Felipa creció y aprendió el valor de la confianza, la amistad y la importancia de seguir sus sueños. Aunque Martín seguía protegiéndola, poco a poco aprendió a dar espacio para que ella volara.

La vida en el pueblito siguió, con Felipa marcando su propio camino, un camino lleno de historias, risas y nuevos amigos. Y así, continuó recorriendo el sendero de la vida con valentía y entusiasmo, siempre lista para la próxima aventura.

FIN.

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