El Viaje de Joaquín



En una pequeña ciudad llamada Arcoíris, vivía un niño llamado Joaquín. Era un chico muy creativo que adoraba dibujar y contar historias. Sin embargo, había días en los que se sentía muy triste sin razón aparente. Esto le pasaba mucho más que a sus amigos, y a veces le costaba concentrarse en el colegio.

Un día, durante el recreo, Joaquín estaba sentado en una banca dibujando un dragón de colores, cuando sus compañeros empezaron a murmurar.

"¿Viste? Joaquín siempre está solo, debe ser raro", dijo Lucas, uno de los chicos más populares de la clase.

"Sí, no sabe jugar al fútbol. Nunca se divierte", agregó Sofía.

Joaquín escuchó sus palabras y se sintió aún más triste. Pensó que tal vez sus amigos tenían razón; se sentía diferente. A partir de ese día, Joaquín empezó a alejarse de los demás. Ya no quería dibujar o contar historias ni jugar al fútbol, aunque lo disfrutaba.

Mientras tanto, la maestra Ana, que siempre había estado atenta a sus alumnos, notó que algo no estaba bien. Un día se acercó a él en clase.

"Joaquín, ¿todo bien? Te veo un poco callado últimamente", le preguntó.

"Es que no se jugar al fútbol como ellos, y... y creo que a nadie le gusta estar con alguien raro como yo", respondió Joaquín con la mirada baja.

"¿Sabés? Todos somos distintos, eso es lo que nos hace únicos. No tienes que ser igual a los demás para ser parte de un grupo", le contestó la maestra con una sonrisa.

Joaquín sintió un pequeño brillo de esperanza, pero aún no estaba seguro de cómo encajar. Un día, decidió ir a la biblioteca de la escuela. Ahí encontró un libro sobre un pequeño pececito que soñaba con volar entre las aves. El pececito se sentía solo y extraño, pero a pesar de eso, decidió seguir persiguiendo su sueño.

Poco a poco, Joaquín comenzó a identificarse con el pececito. Buscando hoy encontrar su lugar en el mundo también podía soñar y mostrar su creatividad. Decidió escribir su propia historia sobre un dragón que podría volar como las aves. Cada día, escribía un poco más, y finalmente entendió que su arte era su forma de compartir su luz con el mundo.

El día de la presentación de cuentos en clase, Joaquín se armó de valor y decidió que iba a contar su historia. Cuando llegó su turno, subió al escenario y, con un poco de nervios, empezó a narrar su aventura sobre el dragón.

"Érase una vez un dragón llamado Chispín, que deseaba volar alto en el cielo...", comenzó Joaquín con una voz temblorosa pero firme.

Los compañeros lo miraban con asombro. Mientras contaba su historia, Joaquín se dio cuenta de que sus amigos estaban viendo su verdadero yo. Cuando terminó, los aplausos llenaron el aula.

"¡Bravo, Joaquín! ¡Qué historia tan linda!", gritó Sofía emocionada.

"Sí, ¡no sabía que eras tan creativo!", agregó Lucas.

Desde ese día, Joaquín se sintió más parte de su clase. Se dio cuenta de que compartir sus talentos lo ayudaba a conectarse con los demás, y que ser diferente no era algo malo. Sus compañeros empezaron a invitarlo a jugar más seguido, no solo al fútbol, sino también a los juegos más creativos que él proponía.

A veces, aún sentía un nudo en el estómago cuando estaban por hacer ciertas actividades, pero sabía que tenía el apoyo de sus amigos. Conversaron sobre sus miedos y aprendieron a ser cada vez más inclusivos. Joaquín les mostró que ser diferente los enriquecía y que cada uno tiene su propia luz que aportar al mundo.

Y así, Joaquín siguió dibujando y contando historias, convirtiéndose en un ejemplo en su clase. Con cada trazo y cada palabra, enseñó a sus amigos que en la diversidad está la verdadera magia. Y aunque el camino a veces es difícil, siempre hay esperanza y mucha belleza en ser uno mismo.

La historia de Joaquín y su dragón se volvió un símbolo en su escuela, recordando a todos que en la diferencia hay fortaleza, creatividad y sobre todo, razón para celebrar cada día.

FIN.

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