El Viaje de Juan Bondad



Había una vez en un colorido pueblito llamado Sonrisas, un joven llamado Juan Bondad. Todos los habitantes de Sonrisas lo querían mucho porque siempre estaba dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. Tenía un don especial para hacer sonreír a las personas, pero un día, Juan sintió que algo no estaba bien.

"Hola, vecino. Te noto un poco apagado hoy, Juan. ¿Estás bien?" - le preguntó su amiga Lupe, mientras barría su vereda.

"No estoy del todo seguro, Lupe. Siento como si tuviera una carga en el corazón y no encuentro la energía de siempre" - respondió Juan, con un suspiro que parecía más fuerte que él mismo.

Los días pasaron y, aunque Juan seguía ayudando a los demás cada vez que podía, su sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco. Un día, la anciana Matilda, que vivía en la casa de al lado, se dio cuenta de que Juan no había ido a visitarla como siempre lo hacía. Así que decidió ir a su casa.

"Hola, Juan, querido. ¿Todo bien? Te estaba esperando para que me ayudes a regar las plantas, como siempre" - dijo Matilda con una voz amable.

Cuando Juan la vio, no pudo evitar hacer una mueca.

"Lo siento, Matilda. No me siento con ganas de hacer nada... Estoy un poco cansado, creo" - contestó.

"Eso no suena como mi Juan Bondad. Tu alegría siempre ha sido contagiosa. Quizás necesites un poco de tiempo para ti" - sugirió Matilda, recordando la vez en que Juan estaba tan feliz de haber ayudado a los demás.

Juan decidió que tal vez tenía razón. Así que se sentó en su jardín, rodeado de flores y mariposas. Pensó en cuánto adoraba ayudar a su comunidad, pero también en lo mucho que necesitaba recuperar su energía para poder hacerlo.

Entonces, como por arte de magia, apareció un pequeño pájaro de colores vibrantes.

"¿Por qué luces tan triste, Juan?" - preguntó el pájaro con curiosidad.

"No sé, pequeño pájaro. Simplemente parece que he perdido la energía para ayudar a los demás" - respondió Juan, sentándose de nuevo en el césped.

"A veces, para poder brillar y hacer a otros felices, primero tenemos que cuidar de nosotros mismos. Tal vez necesites encontrar la alegría en algo nuevo" - sugirió el pájaro, revoloteando alrededor.

Intrigado por el consejo del pájaro, Juan se preguntó qué podría hacer. Decidió que era el momento de intentar algo diferente. Al siguiente día, salió en busca de una actividad que le diera alegría. Así fue como llegó a una segunda mano, un lugar donde cada cosa tiene una historia. Entre tantas cosas viejas, encontró un viejo tambor.

Su mirada se iluminó. Juan siempre había querido aprender a tocar un instrumento.

"¡Esto es perfecto!" - exclamó, llevándose el tambor a casa.

Cuando comenzó a tocar, las notas resonaron suavemente en el aire. La música llenó su hogar, y poco a poco, una cálida sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro. Pasó horas tocando, olvidando por un momento su cansancio.

Los días se convirtieron en semanas y poco a poco, Juan iba juntando más alegría en su corazón. Comenzó a compartir su nueva pasión con los vecinos.

"¡Hola a todos! Hoy vamos a tener un festival de música aquí en el parque. Traigan sus instrumentos y bailemos juntos" - anunció Juan emocionado un día.

El día del festival, el parque estaba lleno de risa y melodías. Todos los vecinos se unieron a disfrutar con alegría, y Juan se sintió vivo como nunca.

Mientras el sol se ocultaba en el horizonte, Matilda se acercó a Juan luego de que la música terminó.

"Ves, querido Juan, a veces hay que hacer un pequeño ajuste para brillar con todo tu ser. Estoy tan orgullosa de ti" - le dijo abrazándolo.

Desde ese día, Juan entendió que para poder ayudar a su comunidad, primero necesitaba cuidar de sí mismo y hacer cosas que le llenaran de alegría. Así, Juan Bondad no solo recuperó su energía, sino que además, descubrió el poder de la música y la importancia de encontrar la felicidad en uno mismo. Y el pueblo de Sonrisas nunca volvió a tener un día sin sonrisas.

Y así, Juan siguió siendo el gran ayudante y músico del pueblo, compartiendo su brillo con el mundo. Nunca olvidó las palabras del pequeño pájaro de colores.

"A veces, la mejor manera de ayudar a los demás es recordarnos también a nosotros mismos que necesitamos cuidar de nuestro corazón".

Y así, Juan Bondad vivió, tocando cada día con alegría y dando amor a su comunidad, sabiendo que primero tenía que encontrar su propia felicidad para poder compartirla.

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FIN.

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