El Viaje de Juan y los Dinosaurios
Era un soleado día en una pequeña localidad de España, y Juan, un niño de 10 años con grandes ojos azules, estaba sentado en el jardín de su casa, rodeado de libros sobre dinosaurios. Tenía un hermano llamado Isaac, un perro llamado Zeus, y su mejor amigo Aarón, quien a menudo venía a visitarlo después de la escuela.
"¿Sabés qué, Juan? Hoy tengo una idea genial", le dijo Aarón emocionado.
"¿Qué idea?", preguntó Juan, levantando la vista de su libro sobre el Tyrannosaurus rex.
Aarón sonrió de oreja a oreja y dijo: "Podríamos construir una máquina del tiempo y viajar al pasado, ¡donde viven los dinosaurios!"
Juan, emocionado por la idea, respondió: "¡Eso sería increíble! Pero, ¿cómo lo hacemos?"
"Con unos cartones, un poco de cinta adhesiva y nuestra imaginación, podemos lograrlo", sugirió Aarón.
Así que los dos amigos se pusieron manos a la obra. Usaron cajas de cartón, pegatinas, y un poco de pintura, mientras su perro Zeus corría alrededor, ladrando de felicidad. Isaac, que estaba jugando en el jardín, decidió unirse.
"¡Yo quiero ser parte de esto!", dijo Isaac.
Trabajaron durante horas, y al final, habían creado una máquina del tiempo de apariencia un tanto extraña pero muy divertida.
"Listos para viajar con los dinosaurios, chicos?", preguntó Aarón.
"¡Sí! a veces me imagino que puedo ver un Brontosaurus comiendo hojas en un árbol", dijo Juan, mientras todos subían a la máquina.
Se pusieron en círculo, pulsaron un par de botones que habían dibujado en sus cartones, y gritaron al unísono: "¡Viajar al pasado, por favor!"
De repente, una fuerte luz brilló alrededor de ellos y ¡puf! zumbidos y destellos llenaron el aire. Cuando la luz se disipó, los tres amigos se encontraron en un frondoso bosque lleno de plantas gigantes.
"¡Mirá eso!", gritó Juan, señalando un grupo de dinosaurios al fondo. Era un grupo de Triceratops que pastaban tranquilamente.
"Increíble...", murmuró Aarón.
Al acercarse, comenzaron a observar a las majestuosas criaturas.
"¿Sabían que los Triceratops pueden pesar hasta seis toneladas?", dijo Juan, recordando algo que había aprendido.
"¡Guau! Son más grandes de lo que creía", dijo Isaac, asombrado.
De repente, un rayo de luz iluminó la selva, y un enorme T-Rex apareció del otro lado. Todos se quedaron paralizados por un instante, pero Juan, con su curiosidad innata, comenzó a caminar hacia el dinosaurio.
"¡Juan! Es un T-Rex, ten cuidado", gritó Aarón, con miedo.
Juan levantó la mano distraídamente y dijo:
"No le tengo miedo, tal vez podría ser amistoso."
Al acercarse, el T-Rex se detuvo y observó a los niños. Entonces, para sorpresa de todos, el T-Rex no mostró agresividad. De hecho, parecía estar tan curioso como ellos.
"Miren eso, se está acercando…", comentó Isaac, asombrado.
El T-Rex olfateó a Juan, quien no se movía, admirando a la grandiosa criatura.
"¿Y si le hablamos?", propuso Aarón.
"¿Qué le decimos?", preguntó Isaac, siempre un poco más cauteloso.
Sin pensarlo, Juan dijo: "¡Hola, amigo dinosaurio!"
El T-Rex, en lugar de rugir, hizo un sonido curioso, parecido a un gemido de satisfacción.
"¡Eso es asombroso!", gritó Aarón mientras sus ojos se iluminaban.
Los tres amigos comenzaron a jugar con el T-Rex, y Juan se dio cuenta de que, aunque eran diferentes, podían compartir un momento increíble. Luego, el sol comenzó a bajar y los niños sintieron que era momento de regresar.
"¡No quiero irme!", lloró Juan, sintiéndose un poco triste.
"Pero tenemos que volver, Juan. ¡Podemos volver a visitarlo más tarde!", le recordó Isaac.
Así que juntos, los amigos subieron a su improvisada máquina del tiempo, entre risas y promesas de regresar. Pulsaron los botones de nuevo y gritaron: "¡Casa de vuelta!"
¡Y en un parpadeo, se encontraron nuevamente en el jardín de Juan, justo a tiempo para la cena!"¿Qué aventura!", exclamó Aarón. "Nunca olvidaré eso".
"¡Sí!", amplió Juan, sacudiendo la cabeza de felicidad. "Este es el mejor día de mi vida."
Aarón le sonrió y dijo:
"Siempre podemos soñar con volver a visitar a los dinosaurios. Deberíamos aprender más sobre ellos también".
¡Y así, entre risas, abrazos, y un perro llamado Zeus que ladraba emocionado, los amigos hicieron un pacto! Cada miércoles después de clase, se encontrarían para seguir estudiando sobre dinosaurios, y algún día, volverían a su aventura en el tiempo. ¡Porque los sueños, al igual que los dinosaurios, son eternos!
Desde ese día, Juan no solo soñaba con los dinosaurios, sino que también se comprometió a aprender todo lo que pudiera sobre ellos. Y así, en cada aventura que compartía con Aarón, Isaac y su querido Zeus, el amor por los dinosaurios crecía aún más.
FIN.