El Viaje de la Arepa Mágica



En un pequeño pueblito entre montañas y ríos, donde la música llanera resonaba en cada rincón y los colores del atardecer bailaban entre los горизontes, vivía una niña llamada Valentina. Era hija de una madre cocinera que tenía el don de preparar las arepas más deliciosas del mundo. Valentina adoraba esas arepas, sobre todo porque, cada vez que su madre cocinaba, el aroma invadía toda la casa y con cada bocado, podía sentir el amor y la historia de su tierra.

Una mañana, mientras Valentina observaba a su madre, un soplo de viento irrumpió y un pequeño pajarito de colores vivos se posó en su ventana.

"¿Qué haces aquí, pajarito?" - preguntó Valentina emocionada.

"Soy el pájaro de la alegría. Vengo a traerte una misión muy especial. Tu arepa puede cambiar el mundo" - dijo el pajarito, cantando al ritmo del cuatro.

"¿Yo? ¿Cómo puede una arepa cambiar algo?" - preguntó Valentina, un poco escéptica, pero a la vez intrigada.

"Verás, hay tres ingredientes mágicos en tu arepa: el amor de tu madre, la tierra de Venezuela y los sueños que llevas en el corazón. ¡Así podrás ayudar a aquellos que más lo necesitan!"

Intrigada, Valentina decidió embarcarse en una aventura. Sin pensarlo dos veces, se armó de valor, una mochila llena de arepas y emprendió el viaje con su nuevo amigo, el pajarito.

El primer destino fue un pueblo cercano, donde conocieron a un niño llamado Luis que lloraba junto a un árbol.

"¿Por qué lloras, amigo?" - preguntó Valentina, con su voz dulce.

"No tengo amigos y me siento solo..." - respondió Luis, limpiándose las lágrimas.

Valentina le ofreció una arepa.

"¡Prueba esta arepa! Te hará sentir mejor" - dijo riéndose.

Luis, un poco dudoso pero atraído por el aroma, la aceptó. Al primer bocado, sintió cómo las risas volvían a su corazón.

"¡Es deliciosa!" - exclamó, sonriendo.

"¡Ahora seamos amigos!" - dijo Valentina, extendiéndole la mano. Y así, Luis se unió a la travesía.

Juntos, continuaron y llegaron a un lugar donde un anciano estaba sentado en la plaza, frunciendo el ceño y mirando un viejo sombrero.

"¿Qué te pasa?" - preguntó Valentina.

"He perdido mi sonrisa y con ella, la alegría de bailar" - suspiró el anciano.

Valentina, sin pensarlo, le ofreció una arepa.

"¡Aquí tienes!" - dijo animadamente. Al probarla, el anciano mostró una sonrisa radiante.

"Nunca había saboreado algo tan bueno. ¡Esto me recuerda mis días de fiesta!" - exclamó.

Y así y entre bromas, le enseñaron algunos pasos de joropo.

Luego, el grupo continuó el viaje y llegó a una hermosa montaña, que parecía tocar el cielo. Allí, encontraron a una mujer que había perdido su risa, encerrada en su propia tristeza.

"¿Qué te atormenta, señora?" - preguntó Valentina.

"He estado tan ocupada que olvidé lo que es reír" - dijo la mujer, como si la vida le pesara.

Valentina le dio otra arepa con una chispa de esperanza.

"¡Prueba esta! Te hará volar como un colibrí" - la retó, sonriendo.

La mujer, entristecida, probó la arepa y en ese instante, un brillo iluminó su rostro.

"¡Es tan sabrosa! ¡Me siento como nueva!" - rió, mientras los demás también se llenaban de carcajadas.

Con cada intervención, Valentina y sus amigos notaron cómo el poder de la arepa iba alejando la tristeza y llevando alegría a cada persona que conocían. Las risas resonaban en el aire y el pajarito que volaba a su alrededor empezó a cantar más fuerte.

"¡Esto está fabuloso!" - gritó Luis, haciendo un bailecito.

Finalmente, tras un largo día de aventuras, Valentina y sus amigos se sentaron a contemplar la hermosa puesta de sol.

"Nunca pensé que unas simples arepas pudieran hacer tanto por la gente" - dijo Valentina, emocionada.

El pajarito, volando en círculos, bajó y se posó en su hombro.

"No son solo las arepas, Valentina, es el amor y la unión que tienen en su corazón lo que hace la verdadera magia" - aseguró el pajarito, serio por un momento.

"Y también tu risa, que es el ingrediente más importante" - agregó la mujer, sonriendo.

Con el sol ocultándose en el horizonte, Valentina sintió que su corazón estaba lleno de alegría. Habían compartido no solo comida, sino amor, risas y amigos. Cuando miró a su alrededor, supo que ese viaje había cambiado su vida.

"Las arepas nunca habían tenido tanto significado hasta hoy" - dijo, mirando a sus amigos.

"¿Y sólo así, finalizará esta aventura?" - musitó Luis, agitando su sombrero.

"Esto es solo el principio de una fiesta que nunca acabará" - añadió, dando un brinco al ritmo de joropo.

Y así, Valentina, el pajarito y sus amigos se rieron y bailaron hasta que la luna salió, iluminando el cielo, como si celebrara el verdadero origen de la felicidad: la unidad y el amor venezolano. No solo eran arepas, eran la esencia de su cultura, una historia que jamás olvidarían.

El cuento de Valentina se esparció por todo el pueblo y más allá, recordándoles a todos que la verdadera magia está en lo que compartimos con el corazón. Y así, en cada hogar del pueblito cuando alguien cocinaba arepas, se decía que siempre, siempre, debían llevar un poco de alegría.

Y desde entonces, nunca un día pasa sin reír, bailar y compartir un buen platillo, porque en el alma de cada arepa, siempre habrá un pedacito de amor venezolano que nunca cesará.

FIN.

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