El viaje de la montaña


Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Mateo y su querida madre, Flor. Ambos eran inseparables y siempre se divertían juntos.

Un día, decidieron hacer un viaje muy especial a la montaña para explorar y disfrutar de la naturaleza. "¡Mateo, prepara tu mochila! Vamos a tener una aventura increíble", exclamó Flor emocionada. Mateo estaba lleno de entusiasmo mientras empacaba sus cosas. Llevaban comida deliciosa y agua fresca para el camino.

Caminaron durante horas hasta llegar al pie de la majestuosa montaña. "¡Mira mamá! ¡Es tan alta! ¿Crees que podamos escalarla?", preguntó Mateo con los ojos brillantes. Flor sonrió cariñosamente y respondió: "Claro que sí, mi valiente aventurero.

Pero primero debemos encontrar el camino correcto". Decidieron seguir un sendero marcado por piedras amontonadas para no perderse. Mientras subían, descubrieron hermosas flores silvestres y animales jugando entre los árboles. La montaña era un verdadero tesoro natural.

De repente, Mateo tropezó con una raíz sobresaliente del suelo y cayó al suelo llorando. "Ay mamá, me lastimé mucho", dijo sollozando. Flor lo ayudó a levantarse cuidadosamente y lo consoló diciendo: "No te preocupes, mi amor.

Los valientes también se caen a veces". Continuaron caminando hasta llegar a una bifurcación en el camino. No sabían qué dirección tomar y se sintieron un poco perdidos. "Mamá, no sé qué hacer. ¿Y si nos hemos perdido?", preguntó Mateo preocupado.

Flor lo abrazó con ternura y le dijo: "No te preocupes, mi pequeño explorador. Vamos a usar nuestra inteligencia para resolver este problema". Decidieron sentarse y observar detenidamente los alrededores.

Fue entonces cuando Mateo notó unas huellas en el suelo que parecían recientes. "¡Mamá, mira! ¡Estas huellas pueden llevarnos al camino correcto!", exclamó emocionado. Siguiendo las huellas, finalmente encontraron el sendero correcto que los llevó hasta la cima de la montaña.

La vista desde allí era simplemente espectacular; podían ver todo el pueblo y el hermoso paisaje natural extendiéndose ante sus ojos. "¡Lo logramos mamá! ¡Somos unos verdaderos aventureros!", gritó Mateo lleno de alegría. Flor sonrió orgullosa y dijo: "Así es, mi valiente hijo.

Nunca subestimes tu capacidad para superar cualquier obstáculo". Disfrutaron del paisaje durante un tiempo antes de comenzar el descenso hacia casa. El viaje de regreso fue más fácil ya que conocían bien el camino.

Al llegar a casa, Flor preparó una rica cena mientras Mateo contaba emocionado todas las aventuras que habían vivido juntos en la montaña.

Esa noche, antes de dormir, Flor le dio un beso de buenas noches a su hijo y le susurró al oído: "Recuerda, Mateo, la vida es como una montaña llena de desafíos. Pero siempre puedes encontrar el camino si confías en ti mismo y nunca te rindes".

Mateo sonrió y cerró los ojos, sintiendo la calidez del amor de su madre llenando su corazón. Y así, con cada nuevo día, Mateo y Flor siguieron viviendo aventuras juntos, aprendiendo lecciones valiosas y creciendo más fuertes como equipo.

Porque en el viaje de la vida, lo más importante es tener a alguien que te acompañe en cada paso del camino.

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