El Viaje de la Pequeña Estrella



En una noche de primavera, en un cielo lleno de estrellas, vivía una pequeña estrella llamada Luma. Ella siempre había soñado con conocer el mundo desde la tierra, pero no sabía cómo hacerlo.

- ¡Quiero ver cómo brillan las flores! - decía Luma, parpadeando con emoción.

Una noche, mientras charlaba con su amiga Nube, Luma le confió su anhelo de volar hacia el suelo.

- ¡¿Por qué no lo intentás? ! - sugirió Nube, llenándose de entusiasmo.

- Pero… ¿qué pasará si me caigo? - preguntó Luma, un poco asustada.

Nube sonrió y respondió:

- Si te caés, yo te ayudaré. Además, nunca lo sabrás si no lo intentás.

Con un destello de valor, Luma decidió que era momento de aventurarse. Se concentró y, ¡plaf! , comenzó a descender lentamente hacia el bosque. Al acercarse, sintió la fresca brisa y vio las luminosas flores que brillaban como ella misma.

Al llegar a la tierra, Luma se encontró con un grupo de luciérnagas que estaban organizando una fiesta bajo un gran árbol.

- ¡Hola! Soy Luma, la estrella del cielo. - dijo, emocionada.

- ¡Hola, Luma! ¡Vení a bailar con nosotras! - respondieron las luciérnagas al unísono.

Luma se unió a la fiesta, donde las luciérnagas la enseñaron a bailar y girar. Luma se sintió feliz y libre. Pero al poco rato, se dio cuenta que estaba perdiendo su brillo.

- ¿Por qué ya no brillo como antes? - preguntó, preocupada.

- Es porque no estás en el cielo, solo hay que adaptarse a la tierra, querida. - le dijo una luciérnaga mayor, con una sonrisa cálida.

Luma miró a su alrededor y vio cómo todos brillaban de maneras diferentes. Entonces, decidió encontrar su propio brillo en la tierra.

Con cada paso que daba, se llenaba de colores. Aprendió a relucir con las risas de sus nuevos amigos, a brillar con la alegría de las danzas. Pronto, Luma se dio cuenta de que su luz no dependía solo de estar en el cielo, sino también de su corazón y de compartirlo.

- ¡Mirá! - exclamó Luma, mientras giraba, su luz se hacía más intensa.

- ¡Es tu brillo especial! - dijeron las luciérnagas, asombradas.

Luma sonrió-, no solo soy una estrella en el cielo, también puedo brillar aquí, en la tierra, gracias a ustedes.

La fiesta continuó, y Luma se sintió más viva que nunca. Pero llegó el momento en que la luna comenzó a asomarse en el cielo, y Luma sabia que era hora de regresar a casa.

- No quiero irme, ¡me divierto tanto! - se lamentó.

- Podés volver cuando quieras, Luma. Siempre habrán abiertas las puertas de nuestra amistad. - le dijeron las luciérnagas.

Luma, sintiéndose agradecida, ascendió nuevamente al cielo. Pero antes de irse, dejó una pequeña chispa brillante sobre el árbol como un recordatorio de que siempre pertenecía a ambos mundos.

Desde entonces, Luma no solo brillaba en las noches del cielo, sino también en el corazón de los que conoció en el bosque. Aprendió que a veces, los mejores brillos vienen de la alegría y el amor que compartimos con los demás.

Y así, cada primavera, cuando el cielo se llenaba de estrellas, las luciérnagas bailaban bajo el árbol, recordando a su amiga Luma y su brillo especial.

- ¡Nos vemos pronto, Luma! - gritaban, llenando el aire con risas y luz.

Y Luma, desde lo alto del cielo, sonreía, sabiendo que siempre tendría un lugar especial en la tierra.

FIN.

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