El Viaje de Laika y Tuku
En un pequeño pueblito de Ecuador, donde los Andes se despiertan con el canto de las aves y la luna llena ilumina las noches, vivía una niña llamada Laika. Laika era curiosa y soñadora, con una pasión inmensa por aprender. Tenía el cabello rizado y una sonrisa que iluminaba su rostro. Su escuela estaba llena de niños de distintas culturas: había chicos de la sierra, de la costa y algunos que venían de comunidades indígenas.
Una mañana soleada, Laika llegó a la escuela y vio a su compañero Tuku, que era un niño de la comunidad Shuar.
"¡Hola, Tuku! ¿Qué traes en esa mochila tan grande?" - preguntó Laika, entusiasmada.
"¡Hola, Laika! Traigo un montón de historias de mi abuela, y también semillas de yuca para plantar en el jardín de la escuela. Vamos a aprender a cuidarlas juntos." - dijo Tuku con una sonrisa.
Laika se sintió intrigada. Ella nunca había plantado nada.
"¿Semillas de yuca? Eso suena increíble. Pero, ¿podés contarme más sobre las historias de tu abuela?" - le preguntó Laika, imaginando aventuras y criaturas fantásticas.
Tuku asintió y se sentó junto a Laika.
"Claro, pero primero debemos compartir nuestras culturas. Yo te cuento de la Yuca y vos me contás de... ¿qué hace tu familia en la sierra?" - sugirió Tuku.
A medida que el sol subía en el cielo, los niños se acomodaron en el patio de la escuela. Tuku habló sobre las tradiciones de su comunidad, cómo cada planta tiene una historia y cómo su abuela siempre les decía que la naturaleza era sabia.
"Las historias nos enseñan lecciones, Laika. ¿Verdad que en la sierra también hay historias?" - preguntó Tuku.
Laika sonrió y le contó sobre el legendario oso de oro que vive en las montañas.
"Dicen que si alguien lo encuentra, le concede un deseo. Pero hay que ser cuidadoso y respetar la naturaleza, porque él protege nuestros sueños" - explicó Laika emocionada.
Los dos niños se dieron cuenta de que, a pesar de sus diferencias, tenían mucho que aprender el uno del otro. Decidieron unir sus culturas y, en lugar de hacer un trabajo escolar individual, emprenderían un gran proyecto.
**El Gato de la Escuela**
Esa tarde, llenos de ideas, fueron a buscar al resto de sus compañeros.
"¡Compañeros, haremos un huerto intercultural!" - exclamó Laika.
"Sí, y vamos a compartir nuestras historias mientras cuidamos las plantas" - añadió Tuku.
Los chicos comenzaron a trabajar, algunos cavando la tierra, otros trayendo agua. Mientras plantaban las semillas de yuca, cada uno compartía algo de su cultura.
"En mi casa hacemos un plato riquísimo con las yucas" - decía Tuku.
"Y en la mía, hacemos sopas con los productos de la montaña" - contestaba Laika.
Cada día, el huerto crecía y también su amistad. Sin embargo, un día un grupo de estudiantes más grandes se rieron de ellos.
"¿Están hablando de historias como si fueran niños chiquitos? ¡Aprendan a hacer algo de verdad!" - bromearon.
Tuku se sintió triste.
"Quizás deberíamos dejarlo, Laika" - dijo con voz baja.
Pero Laika, a pesar de la burla, dijo:
"¡No! Esto es especial. No es solo un huerto, es un lugar donde celebramos nuestra diversidad. Vamos a demostrarles a todos lo que podemos lograr juntos."
Así que decidieron organizar una feria en la escuela. Invitarían a todos los padres y compartirían no solo su huerto, sino también sus historias y tradiciones.
Trabajaron sin descanso. Decoraron el patio, prepararon platos típicos de sus familias y recrearon leyendas que habían compartido. La comunidad se unió, y pronto todos estaban emocionados por el evento.
El día de la feria, el cielo estaba despejado y la música sonaba por todo el lugar. Los padres llegaron y se sorprendieron al ver la diversidad y la riqueza de las culturas expuestas.
"¡Eso es increíble! Miren lo que han creado esos chicos!" - dijo un padre, mirando los hermosos platillos y las historias.
Incluso los chicos que antes se reían se acercaron, curiosos por lo que estaba sucediendo.
"¿Puedo probar un poco de su yuca?" - preguntó uno, con una sonrisa tímida.
"¡Claro! ¡Y también podemos contarles la historia de cómo la cultivamos!" - dijo Tuku, con entusiasmo.
Laika y Tuku se miraron con complicidad.
"Ves, ¡juntos podemos hacer que las voces de nuestras culturas sean escuchadas!" - dijo Laika, mientras la feria continuaba.
El evento fue un éxito. Todos participaron, aprendían unos de otros y celebraban juntos, creando nuevos lazos y amistades. Desde ese día, el huerto no solo quedó como un espacio de aprendizaje, sino que se convirtió en un símbolo del poder de la interculturalidad, de la unión y del respeto entre las diversas culturas.
Y así, Laika y Tuku demostraron que, a pesar de las diferencias, siempre hay un camino para aprender y crecer juntos, formando una comunidad rica en historias y tradiciones compartidas.
FIN.