El Viaje de las Identidades



Había una vez un grupo de amigos formado por cuatro niños que vivían cerca de un hermoso bosque. La narradora, una niña indígena de Ecuador llamada Killa, era la más pequeña del grupo. Su piel dorada y su cabello negro caían en ondas sobre sus hombros, pero lo que más la preocupaba era no sentir que encajaba del todo en su identidad. Ella siempre se preguntaba: -¿Quién soy yo realmente? -

Junto a ella estaban Lucho, un niño curioso y valiente, fotógrafos en potencia; Sol, su amiga soñadora que siempre decía que podía hablar con las nubes y las flores; y Tato, el pensador del grupo, quien solía tener muchas preguntas y pocas respuestas.

Un día, mientras exploraban el bosque, Killa se detuvo en un claro donde los árboles formaban un círculo mágico. -Si solo supiera quién soy -dijo con un suspiro-

Lucho aplaudió para llamar su atención. -Vamos a hacer una aventura en busca de nuestras identidades. ¡Puede que lo descubramos en el camino! -

Sol levantó sus brazos, como si quisiera tocar el cielo. -¡Vamos! Las nubes nos guiarán.-

Tato, que siempre pensaba en lo que esto podría significar, miró a sus amigos y dijo: -Identificarse es como descubrir un tesoro escondido. Debemos ayudar a Killa, ¡y a nosotros mismos! -

Empacaron mochilas con frutas, agua y una brújula, listos para su aventura. Al adentrarse en el bosque, se encontraron con un río burbujeante. Killa se detuvo, asombrada. -¿Será que el agua sabe qué somos? -

-Quizás -respondió Lucho- estaría bien preguntarle.-

Todos se asomaron al agua, y el ruido del río les hizo olvidar sus miedos. -Yo soy Lucho, sirena de los mares -bromeó él, mientras se reía y saltaba sobre las piedras.

-Mmm… yo soy Sol, abejita del jardín -dijo Sol, balanceándose con alegría.

Tato, que estaba un poco más serio, explicó su pensamiento. -Soy un bosque lleno de preguntas -dijo sonriendo, lo que hizo reír a todos. -Yo, Killa, soy un arcoíris de emociones -dijo finalmente, y se sintió algo más segura al identificar lo que sentía.

Seguieron caminando hasta que encontraron un gran árbol, el más viejo del bosque. -Él seguro ha visto muchas cosas -dijo Lucho. -¿Qué tal si le preguntamos sobre nuestras identidades? -

Los amigos se acercaron al árbol. Sol, al tocar su corteza, sintió una conexión profunda. -Este árbol tiene muchas historias que contar. -Su voz era suave como el viento. Sin pensarlo, Killa puso sus manos sobre el tronco y cerró los ojos. De repente, un susurro pareció salir de él: -Las hojas caen para crecer de nuevo, los colores se mezclan y brillan. Recuerda, cada quien es una historia contada por la vida misma.-

Los amigos se miraron confundidos, pero luego tomaron fuerza en esa idea. -No tenemos que encajar en un solo lugar, tenemos muchas partes de nosotros -dijo Tato, lleno de ideas.

Después de esa reveladora conversación, los niños se acercaron de nuevo al claro. -Killa, quizás tu identidad no sea solo una cosa –dijo Sol-. Puedes ser muchas, como el río y como el árbol.-

Killa sonrió, sintiéndose más ligera. -Quiero ser una exploradora de historias. Así cada día puedo descubrir algo nuevo sobre mí.-

El día terminó con risas, historias y un sentido renovado de amistad. Todos regresaron a casa, sabiendo que juntos podrían ayudarse en su viaje de autodescubrimiento. En sus corazones, cada uno sabía que no había una sola forma de ser. El viaje apenas comenzaba. Cada sendero en el bosque sería una nueva lección sobre quiénes eran realmente.

Mientras la luna brillaba en el cielo, Killa se quedó dormida con una sonrisa, soñando con futuras aventuras en su bosque mágico, donde las identidades eran anheladas y celebradas, igual que la amistad.

FIN.

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