El Viaje de las Tres Amigas



Había una vez, en una pequeña ciudad de Argentina, tres amigas que compartían una gran pasión por la naturaleza, la cultura y las artes. María Isabel, una arquitecta con un amor especial por los edificios que cuentan historias; Dayana, una antropóloga que se intrigaba por las costumbres y tradiciones de los pueblos; y Luisa, una ecóloga que dedicaba su vida a proteger el medio ambiente.

Un día, decidieron que era hora de emprender una gran aventura y explorar los maravillosos paisajes de Colombia, un país lleno de colores, diversidad y rincones mágicos.

"¿Qué les parece si comenzamos nuestro viaje en el Parque Arqueológico de San Agustín?" propuso Dayana, emocionada.

"¡Me encanta! Allí hay estatuas de piedra de antiguas civilizaciones. Pero también quiero ver la selva, con su flora y fauna", añadió Luisa, recorriendo un mapa lleno de marcas de lugares que deseaba visitar.

María Isabel sonrió mientras marcaba el mapa con un lápiz de colores.

"Podemos hacer un recorrido que combine todos nuestros intereses. Desde las ruinas hasta los paisajes naturales", sugirió.

Y así, con mochilas llenas de entusiasmo y provisiones, partieron rumbo a Colombia.

Al llegar, su primera parada fue el Parque Arqueológico de San Agustín. Las estatuas eran grandiosas, y todas quedaban maravilladas.

"¡Miren estas esculturas! Tienen siglos de historia", decía Dayana mientras tomaba notas.

"Y miren cómo la naturaleza ha reclamado su espacio, cubriendo algunas estatuas", observó Luisa, impresionada por la fusión de historia y ecología.

"Esto es un ejemplo perfecto de cómo los humanos y la naturaleza pueden coexistir", comentó María Isabel, tomando fotos e imaginándose cómo construir edificios que respeten el entorno.

Tras un largo día, decidieron acampar cerca de un pequeño arroyo. Mientras contaban historias bajo las estrellas, sintieron un cambio en el aire.

"¿Escuchan eso? Suena como... un canto!" dijo Luisa, levantando la vista hacia los árboles.

"Tal vez sean aves nocturnas", sugirió Dayana.

"O puede que sea un llamado antiguo de los paisajes que hemos visitado", agregó María Isabel, intrigada.

Decidieron seguir el sonido y, tras una caminata corta, descubrieron un pequeño círculo de luces que parecía provenir de piedras brillantes.

"¡Es increíble! Estas piedras parecen tener vida", exclamó Luisa.

"Podríamos investigar su historia, tal vez estén ligadas a las tradiciones de los indígenas que vivieron aquí", dijo Dayana, tomando más notas.

"Y yo puedo dibujar planos de cómo podríamos preservar este lugar, creando un espacio donde la gente pueda venir a aprender sin interrumpir su belleza", añadió María Isabel.

Con cada día que pasaba, las tres amigas se sumergían más en la magia de Colombia. Pasaron por la selva amazónica, donde Luisa les enseñó sobre la importancia de cada planta y animal; visitaron pueblos donde Dayana conoció a ancianos que compartieron historias ancestrales; y exploraron ciudades donde María Isabel se inspiró para sus futuros proyectos.

Pero un día, al llegar a un pueblo cercano al agua, notaron que el río estaba contaminado.

"¿Qué podemos hacer?", preguntó Luisa, preocupada.

"Debemos hablar con la comunidad. Quizás ellos no sepan sobre el daño", sugirió Dayana, decidida.

"Y yo puedo ayudar a diseñar un plan para limpiar el río y hacer un espacio para el arte y la educación ambiental", propuso María Isabel.

Y así lo hicieron. Juntas organizaron charlas con los habitantes del pueblo sobre cómo cuidar sus ríos y crearon un proyecto para construir un centro comunitario donde pudieran enseñar sobre el medio ambiente y las tradiciones culturales.

El pueblo se unió a su causa, y poco a poco comenzaron a ver los resultados. El río volvió a cobrar vida, y las tres amigas se sintieron felices de haber hecho una pequeña diferencia.

Al final de su viaje, cada una de ellas se llevó no solo un sinfín de recuerdos, sino también un nuevo propósito.

"Esto es solo el comienzo", dijo María Isabel.

"Exactamente, hay mucho por hacer", agregó Dayana.

"Y muchos lugares por explorar", concluyó Luisa.

Y así, decidieron que, aunque regresaban a sus casas, seguirían juntas en sus esfuerzos por proteger la naturaleza y la cultura, desde donde sea que estuvieran.

Prometieron no solo ser arquitectas, antropólogas y ecólogas, sino también guardianas de la tierra, de las historias y del arte.

Y así, el viaje de las tres amigas no terminó, sino que empezó una nueva aventura, con un destino que siempre sería el más importante: cuidar del mundo que la rodeaba.

FIN.

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