El Viaje de Lía
Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de flores y risas, una niña llamada Lía. Lía era conocida en toda la comunidad por ser la más amable y servicial de todas. Siempre ayudaba a sus amigos, cuidaba de sus mascotas y nunca decía que no a nadie que la necesitara. Pero un amanecer, Lía se despertó sintiendo un nudo en su corazón.
"¿Por qué me siento así?" - murmuró mientras miraba por la ventana. La esencia del sol brillaba, pero ella no se sentía lista para disfrutarlo. Había pasado tanto tiempo tratando de complacer a los demás que se había olvidado de lo que le hacía feliz.
Con la mente llena de preguntas, decidió que tenía que hacer un cambio. Así que subió a su bicicleta y recorrió el pueblo, pensando en lo que realmente le gustaba hacer.
En su camino, pasó por la casa de Doña Cora, que estaba luchando con unas macetas viejas. Ella se detuvo.
"¡Hola, Doña Cora! ¿Le ayudo con eso?" - le ofreció Lía.
"¡Por supuesto, querida! Pero, ¿no tienes cosas más divertidas que hacer?" - respondió Doña Cora mientras sonreía.
"No estoy segura..." - contestó Lía, sintiéndose insegura.
Continuó su camino y se encontró con su amigo Miko, quien estaba dando vueltas en su patineta.
"¿Querés venir a patinar conmigo?" - le preguntó Miko.
"Pero... tengo que ayudar a los demás primero. Aún me falta ir a la librería como me pidió la señora Rosa."
"Lía, ¡también es importante que te diviertas!" - insistió él, haciendo un truco en su patineta.
Esto hizo que Lía se parara en seco. Se dio cuenta de que siempre estaba haciendo algo por los demás, pero nunca tomaba tiempo para ella misma. Era hora de cambiar eso.
"Tenés razón, Miko. ¡Vamos a patinar!" - exclamó, emocionada.
Esa tarde, Lía patinó y rió como nunca antes. Por primera vez, sintió que estaba viviendo para ella misma. Se dio cuenta de que ayudar a los otros no era malo, pero también era esencial que se cuidara y se hiciera feliz.
En su camino de regreso a casa, Lía se sintió ligera y llena de energía. A partir de ese día, decidió que encontraría un equilibrio entre ayudar a otros y cuidar de sí misma. Lía comenzó a aprender cosas nuevas, a pintar, a bailar, y hasta a cocinar diversas recetas. Descubrió que podía ser la mejor versión de sí misma al ser feliz y plena.
No pasó mucho tiempo para que los demás empezaran a notar el cambio. Sus amigos estaban felices de ver a Lía sonreír de esa manera y la apoyaron en su viaje de autodescubrimiento.
"¿Vas a venir a la competencia de arte, Lía?" - le preguntó su amiga Sofía.
"Sí, me inscribí. Quiero mostrarles a todos lo que he estado haciendo." - respondió Lía, llena de emoción.
El día de la competencia, Lía presentó su primera pintura, un hermoso paisaje del pueblo lleno de colores. Se sintió nerviosa, pero cuando la gente aplaudió, su corazón se llenó de alegría. Lía entendió que su felicidad también podía inspirar a los demás.
Más tarde, conoció a un grupo de niños que querían aprender a pintar también. En lugar de quedárselos para ella, decidió compartir sus habilidades.
"¿Quieren que les enseñe?" - preguntó Lía con una gran sonrisa.
"¡Sí! Queremos pintar como vos, Lía!" - gritaron los niños entusiasmados.
Desde ese día, Lía se convirtió en una mentora y amiga para muchos, aprendiendo que al hacer feliz a los demás, también se sentía feliz. Pero, lo más importante, había aprendido que cuidar de ella misma y tomar tiempo para sus propios sueños era igual de valioso.
Así que entonces en el pequeño pueblo, Lía siguió creando, riendo y compartiendo amor y alegría, equilibrando su vida entre los demás y su propio bienestar. Y cada vez que el nudo en su corazón volvía a aparecer, Lía sabía exactamente qué hacer: montaría su bicicleta hacia nuevos horizontes llenos de color y felicidad, recordando siempre que la verdadera alegría comienza dentro de uno mismo.
Y así terminó un capítulo hermoso en la vida de Lía, quien aprendió la lección más valiosa de todas: el poder de ser feliz y la importancia de vivir para uno mismo, mientras también iluminamos la vida de quienes nos rodean.
FIN.