El Viaje de Lía y su Chase Sapiens
Había una vez, en un tiempo muy lejano, una niña llamada Lía que vivía en una pequeña tribu de Homo sapiens. Su tribu era conocida por su habilidad para recolectar frutas y cazar animales en el bosque. Lía era curiosa y soñadora; siempre quería saber más sobre el mundo que la rodeaba.
Un día, mientras recolectaba bayas con su abuela, Lía miró al horizonte y vio algo extraño.
"¿Qué es eso, abuela?" - preguntó Lía, señalando un destello de luz entre los árboles.
"Eso, mi querida, es el río de la sabiduría. Dicen que quien lo toca adquiere conocimiento sobre la naturaleza y su funcionamiento" - respondió su abuela con una sonrisa.
Desde ese momento, Lía se propuso encontrar el río de la sabiduría y descubrir todos sus secretos. Se despidió de su familia y preparó su pequeño morral con frutas y agua.
"Voy a aprender, abuela. ¡Quiero saberlo todo!" - exclamó Lía.
Empezó su viaje adentrándose en la espesura del bosque. En su camino, se encontró con muchos animales. Primero vio a un ciervo que le dijo:
"Hola, pequeña. ¿A dónde vas con tanto ímpetu?"
"Busco el río de la sabiduría, ¿sabes dónde está?" - preguntó Lía.
El ciervo, con sus grandes ojos, le contestó:
"Sigue el sendero de las flores amarillas, pero ten cuidado. Los peligros acechan en el camino y necesitarás tu astucia para enfrentarlos."
Lía siguió el consejo del ciervo y avanzó por el sendero de las flores amarillas. Pronto se encontró con un arroyo. Allí decidió descansar cuando, de repente, un grupo de mono traviesos apareció.
"¡Mira! Una niña, vamos a jugar con ella!" - gritó uno de los monos.
Los monos comenzaron a lanzar piñas y a hacer piruetas. Lía, aunque quería continuar su camino, no pudo evitar reírse.
"Está bien, jugaré un rato, pero necesito llegar al río de la sabiduría" - les dijo.
Al terminar de jugar, Lía se despidió de sus nuevos amigos.
"Gracias, fue muy divertido. Pero ahora debo seguir mi camino", les explicó.
Los monos la miraron con tristeza, pero uno de ellos le lanzó una piña y le dijo:
"Para que recuerdes a tus amigos, pequeña".
Así siguió Lía, hasta que encontró un gran pozo oscuro y profundo con un sótano misterioso.
"¿Quién va allá?" - tronó una voz grave. Era un oso gigante que custodiaba el lugar.
"Soy Lía, estoy buscando el río de la sabiduría" - explicó la niña, temblando un poco.
El oso la miró y dijo:
"Para cruzar y llegar al río, debes resolver una adivinanza. Si la aciertas, podrás pasar. Si no, ¡volverás por donde viniste!"
Lía, aunque nerviosa, asintió.
"Adelante, oso. Estoy lista para la adivinanza".
"Soy más ligero que el aire y más pesado que el agua. No tengo forma, pero puedo llenar cualquier espacio. ¿Qué soy?" - preguntó el oso.
Lía pensó un momento y recordó que había aprendido sobre el aire y el agua al observar a los pájaros y al río. Entonces, una idea le vino a la mente.
"¡Eres el viento!" - exclamó Lía, emocionada.
El oso sonrió y le dijo:
"¡Correcto! Te doy la bienvenida. El río de la sabiduría es tuyo para descubrirlo".
Con un rugido de alegría, el oso la dejó pasar. Al llegar al río, Lía se sintió abrumada por su belleza. El agua brillaba como diamantes bajo el sol, y estaba llena de vida. Desde allí, podía escuchar a los pájaros, ver animales y entender cómo todo estaba conectado.
"¡Qué maravilla!" - exclamó Lía.
Entonces, se acercó al río y tocó el agua. En ese instante, sintió una oleada de sabiduría fluyendo por su cuerpo. Comprendió la importancia de cuidar la naturaleza y aprender de cada ser que habitaba el bosque.
Entusiasmada, Lía corrió de regreso a su tribu. Cuando llegó, su abuela la esperaba con los brazos abiertos.
"¿Cómo fue tu aventura, Lía?" - preguntó su abuela.
"¡Increíble, abuela! He aprendido tanto sobre el mundo, y lo que más quiero es contarle a todos sobre la naturaleza y cómo debemos cuidarla. ¡Todos somos parte de esto!" - dijo Lía con entusiasmo.
Desde ese día, Lía se convirtió en la guardiana del bosque, compartiendo lo que había aprendido con su tribu. Todos comenzaron a cuidar el entorno, y el lugar se volvió más hermoso y protegido. Lía sabía que cada pequeño gesto contaba y que el conocimiento adquirido en su aventura era un regalo que debía compartirse.
Y así, Lía y su tribu vivieron felices, rodeados de árboles, animales y un profundo respeto por la naturaleza, aprendiendo siempre a ser parte de ella.
FIN.