El viaje de Lila



Lila era una niña de cabello rizado y ojos chispeantes que, un día, recibió la noticia de que se mudaría a una nueva ciudad. Su corazón latía con fuerza al pensar en su nuevo colegio, y mil preguntas pasaban por su mente: ¿seré bien recibida? ¿haré amigos?

El primer día de clases, Lila llegó con su mochila llena de lápices de colores y un cuaderno nuevo, pero su estómago estaba tan enredado como sus rizos. Miró a su alrededor y vio a muchos niños jugando y riendo, pero a ella le costaba acercarse.

Al entrar al aula, la maestra, la señora Rosa, la recibió con una gran sonrisa.

"¡Hola, chicos! Les presento a Lila, que se une a nuestra clase. ¡Hagámosla sentir en casa!"

Pero al final de la primera jornada, Lila apenas había hablado. Cuando el timbre sonó, sintió que su día no había sido tan bonito como esperaba.

Al día siguiente, Lila decidió ser un poco más valiente. En el recreo, se acercó a un grupo de niñas que jugaban a la soga.

"¿Puedo jugar con ustedes?"

Las niñas la miraron y luego se sonrieron. Una de ellas, Sofía, le respondió:

"¡Claro, ven! Así aprendemos una canción nueva para saltar."

Lila se unió al juego y, aunque al principio le costó, disfrutó mucho de la risa y la música.

Sin embargo, había un niño en el grupo, Tomás, que no parecía tan contento. Al principio, era un poco distante.

"No sé para qué la llamaron, no la conozco", murmuraba él.

Pero Lila no se desanimó. Cada día, empezaba a hablarle un poco más. Le contaba sobre su amor por el dibujo y sus aventuras en su antigua escuela. Un día, cuando Lila había dibujado una enorme mariposa en el patio, Tomás se acercó.

"¡Eso es increíble!"

Lila sonrió, entusiasmada.

"¿Te gustaría dibujar conmigo?"

Tomás dudó al principio, pero al ver lo feliz que estaba Lila, accedió. Juntos, dibujaron en el suelo con tizas de colores, y poco a poco, Tomás comenzó a abrirse.

"La verdad es que me gusta dibujar, pero nunca lo he hecho con alguien más."

Lila, alegre, le respondió:

"¡Deberías hacerlo más a menudo!"

A medida que las semanas pasaron, Lila no solo hizo amigas en el aula, sino que también descubrió a un apasionado artista en su nuevo compañero. Se volvieron inseparables, y un día decidieron organizar una exposición de arte en la escuela.

"¡Vamos a mostrar nuestro trabajo a todos!" dijo Lila.

Pero cuando llegó el día de la exhibición, estaban nerviosos.

"¿Y si a nadie le gusta?" - preguntó Tomás, con una sombra de duda.

"Lo importante es que nos divertimos haciéndolo. Vamos a compartir nuestro amor por el arte."

La exposición fue un éxito. Todos los niños quedaron impresionados por los dibujos de Lila y Tomás, y pronto se llenó de risas y elogios.

"¡Ustedes son increíbles!" gritó Sofía.

Al final del día, Lila se sintió más que bienvenida; había encontrado amigos y su lugar en el colegio. La maestra Rosa le sonrió y le dijo:

"Verás que en esta escuela siempre habrá un lugar para ti, Lila."

A partir de ese día, Lila también se convirtió en la que ayudaba a otros niños nuevos, haciéndoles sentir que estaban en casa.

"¡El arte es para todos!" decía.

Y así, comenzó un ciclo hermoso de bienvenida y amistad que nunca terminaría.

Lila aprendió que el verdadero viaje no estaba solo en cambiar de lugar, sino en abrir el corazón y los brazos y dejar entrar a los demás.

Cada vez que un niño nuevo llegaba, ella sabía cómo hacer que se sintiera como en casa, lo que la llenaba de alegría. Porque después de todo, el amor no tiene fronteras ni distancias, solo requiere de un corazón dispuesto a compartir.

FIN.

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