El Viaje de Lila al Colegio



Era una mañana soleada y radiante cuando Lila, una niña de siete años con una gran curiosidad por el mundo, se preparaba para ir al colegio. Con su mochila a cuestas y su desayuno aún en la goma de la mirada, Lila salió corriendo de su casa, emocionada por ver a sus amigos y aprender algo nuevo ese día.

Mientras caminaba por la acera, Lila se encontró con una señal de semáforo brillante. Era rojo. Lila se detuvo en seco, recordando las enseñanzas de su mamá.

"Siempre hay que esperar a que el semáforo se ponga en verde antes de cruzar, Lila" - se repitió a sí misma en voz alta.

Justo en ese momento, otro niño que pasaba cerca la escuchó y se acercó. Era Julián, su vecino de la cuadra.

"Hola, Lila! ¿Vas al colegio?" - le preguntó Julián, con una gran sonrisa.

"¡Sí! Pero estoy esperando para cruzar. El semáforo está rojo" - contestó Lila, levantando la vista.

Julián miró el semáforo.

"¿No te da miedo cruzar cuando está en rojo?"

"No, porque sé que debo esperar y ser paciente. Eso es lo que me enseñó mi mamá" - dijo Lila, confiada.

Poco tiempo después, el semáforo cambió a verde. Lila y Julián sonrieron al verse y juntos comenzaron a cruzar la calle por la línea de cebra.

Pero de repente, un perro del vecindario que nunca habían visto antes apareció corriendo, asustado y sin rumbo. Lila se detuvo al instante, mirando al perrito.

"¡Mirá, Julián! ¿Y si se pierde?" - exclamó Lila, preocupada por el pequeño canino que parecía necesitar ayuda.

Julián, que estaba tan emocionado, también se detuvo.

"Sí, pero tenemos que llegar al colegio.

"Podemos ayudarlo rápido y luego irnos. ¡Mirá cuánta gente pasa!" - sugirió Lila.

Ambos se agacharon y ofrecieron su mano al perro.

"¿A dónde vas, pequeño?" - preguntó Lila con dulzura.

El perrito se acercó cautelosamente y movió su cola, mostrando que se sentía un poco más seguro. Sin pensarlo, los dos niños se miraron y comprendieron que debían ayudarlo antes de continuar con su día.

"Vamos a buscar a su dueño. ¡Quizás está por aquí!" - propuso Julián, histérico de emoción.

Lila miró a su alrededor y vio a un hombre angustiado buscando algo.

"¡Mirá! Tal vez sea el dueño. Vamos a hablarle" - sugirió.

Se acercaron al hombre.

"Perdón, señor. ¿Está buscando a un perro?" - preguntó Julián.

"Sí, es mi pequeño Max. Gracias a ustedes por encontrarlo. ¡Estaba tan preocupado!" - contestó el hombre, aliviado.

El hombre se arrodilló y tomó el perro en sus brazos.

"Me alegra tanto que estén bien. Como agradecimiento, ¡los invito a un helado esta tarde!" - dijo el hombre, sonriendo.

Lila y Julián se miraron, emocionados.

"¿De verdad?" - preguntó Lila.

"¡Sí! Una promesa es una promesa" - respondió el hombre.

La campana del colegio empezó a sonar, y Lila y Julián sintieron un escalofrío.

"No podemos llegar tarde.

"Pero vale la pena ayudar.

"Estaremos ahí, solo un par de minutos más" - dijo Lila, sintiendo que había hecho lo correcto.

Finalmente, se despidieron de Max y su dueño, y corrieron hacia el colegio.

Al llegar, la maestra los recibió con una mirada de sorpresa.

"¡Ustedes llegaron justo a tiempo!" - dijo, aliviada.

A la salida, Lila y Julián vieron al hombre con Max, quien los esperaba con helados en mano.

"Como prometí, aquí están. ¡Gracias por ser tan solidarios!" - sonrió el hombre.

Lila y Julián, con sus helados en mano, comprendieron que ser pacientes y ayudar a los demás puede convertirse en una gran aventura. Se sintieron felices y orgullosos de su día, no solo porque llegaban a tiempo al colegio, sino porque habían hecho una buena acción.

Desde aquel día, cada vez que Lila veía un semáforo, recordaba la importancia de la paciencia y de ser un buen amigo.

"Siempre estaré lista para ayudar, sean perros o personas" - dijo Lila, mientras disfrutaba de su helado e imaginaba su próxima aventura.

Y así, Lila aprendió que a veces la vida nos presenta oportunidades que nunca esperábamos. Todo depende de cómo las tome.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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