El Viaje de Lila y Tomás



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y verdes prados, vivía Lila, una niña alegre que pasaba sus días explorando la naturaleza. A Lila le encantaba correr entre las flores, alimentar a los animales de la granja y recoger frutas frescas. Sin embargo, un día, su amiga Tomás llegó de visita desde la ciudad.

"Hola, Lila. ¡Estoy muy emocionado de conocer tu mundo!" - dijo Tomás, con una gran sonrisa.

"¡Hola, Tomás! Te va a encantar. ¡Vas a ver! Aquí todo es divertido y tranquilo." - respondió Lila.

Tomás miró alrededor y vio las amplias extensiones de campo, el cielo azul y los animales pastando.

"Es muy bonito, pero no veo muchas casas. ¿Dónde viven todos?" - preguntó, curioso.

"En el pueblo, un poco más allá de los campos. Pero aquí cerca están los animales y la naturaleza, donde se puede jugar y aprender mucho." - explicó Lila.

Al día siguiente, Lila llevó a Tomás a su lugar favorito, un arroyo donde nadaban pececitos de colores.

"¡Mirá, Tomás! Los pececitos son de colores. ¿En la ciudad tenés algo así?" - dijo Lila emocionada.

Tomás se rascó la cabeza.

"No, pero en el parque hay muchos juegos y también hay un río. A veces, es divertido saltar en los charcos después de la lluvia." - contestó Tomás.

Lila pensó por un momento.

"Aunque el río es hermoso, no creo que sea igual que ver a los pececitos nadar libres." - dijo Lila.

"Tenés razón, pero allá siempre hay algo nuevo por descubrir. La ciudad nunca se detiene y tiene luces brillantes, grandes edificios y un montón de gente. ACá parece que todo es más lento." - explicó Tomás.

Lila comenzó a entender que tanto la vida en la ciudad como en el campo tenían sus maravillas y emociones.

"¿Y si hacemos un trato? Podemos intercambiar lugares un tiempo. Vos venís a vivir en el campo y yo a la ciudad." - propuso Lila emocionada.

Tomás se quedó pensando.

"Eso podría ser divertido, pero no sé si voy a poder dormir sin el sonido de la ciudad. Y, ¿cómo voy a jugar sin mis amigos?" - se preocupó Tomás.

El día de irse llegó y ambos estaban un poco nerviosos.

"¿Estás listo, Tomás?" - preguntó Lila, aunque un poco insegura.

"Listo. Pero no prometo que no extrañe las luces de la ciudad" - dijo Tomás, riendo.

Cuando Lila llegó a la ciudad, se encontró con un mundo lleno de ruido y movimiento. Los autos pasaban a gran velocidad y había tantas luces que no podía dejar de mirar.

"¡Guau! ¡Es increíble!" - exclamó Lila.

Decidió explorar. Caminó hacia el parque y se sorprendió por la cantidad de juegos. Sin embargo, no encontró a nadie que quisiera jugar con ella.

"Eh, ¿se están divirtiendo?" - preguntó a un grupo de chicos.

"No, solo estamos en el teléfono" - contestó uno de ellos sin mirar hacia arriba.

Lila se sintió un poco sola. Recordó cómo en el campo siempre había alguien para jugar y reírse.

Mientras tanto, Tomás disfrutaba del campo, pero al caer la noche, comenzó a sentir miedo en medio de la oscuridad. Todo estaba tan callado.

"¿Lila?" - gritó, pero solo un búho respondió.

Tomás decidió ir a dar un paseo y, cuando se encontró con un grupo de animales en la granja, sonrió.

"¡Hola ahí!" - les dijo, encantado.

En su pequeño paseo, conoció a otros niños que vivían en el campo. Jugaron juntos a buscar flores y acariciar a los animales.

Era diferente, pero muy divertido también.

Al cabo de días explorando, Lila extrañaba a su amiga y decidió usar su teléfono para llamarla.

"¡Hola, Lila!" - dijo Tomás, alegre.

"Tomás, estoy aquí sola en la ciudad y me estoy perdiendo de los juegos con los animales. ¿Y vos?" - le respondió Lila.

"Estoy disfrutando, pero también tengo un poco de miedo y extraño tu risa. La ciudad es linda, pero el campo tiene su encanto." - admitió Tomás.

Se dieron cuenta de que aunque el mundo era diferente, ambos tenían cosas valiosas que compartir. Volvieron a sus lugares, llenos de historias y amistad más fuertes.

"Vamos a hacer esto un año cada uno, ¿te parece?" - sugirió Lila entusiasmada.

"¡Sí! Así aprenderemos más sobre nuestras vidas y podremos ser los mejores guías para nuestros amigos!" - respondió Tomás.

Ambos comprendieron que no había una vida mejor que la otra, sino que cada lugar tenía su magia. Y cada vez que se encontraban, compartían aventuras, juegos y risas, construyendo puentes entre sus diferentes mundos. Así, Lila y Tomás aprendieron que la verdadera amistad no conoce fronteras, ya sea en el campo o en la ciudad.

FIN.

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