El viaje de los capibaras



En un rincón verde y hermoso de la selva, vivían un grupo de capibaras felices. Cada día, pasaban horas jugando en el río y disfrutando de la sombra de los árboles altos. Pero un día, todo cambió. Mientras los capibaras nadaban, vieron cómo una gran montaña de basura se acumulaba en las orillas. Eran bolsas, botellas de plástico y restos de comida que las personas tiraban sin pensar.

"¡Mirá eso!" dijo Carla, la capibara más curiosa. "El río ya no es el mismo, está lleno de cosas feas."

"Y los árboles están desapareciendo. ¿Qué vamos a hacer?" preguntó Tito, el capibara más pequeño y tímido.

Los capibaras se reunieron para hablar. Entre ellos estaba Bartolo, el más sabio de todos.

"Si seguimos así, nuestro hogar desaparecerá. Necesitamos hacer algo y rápido," dijo Bartolo con preocupación.

Decidieron organizarse y hacerse escuchar. Los capibaras se pusieron en marcha hacia el puente que conectaba su hábitat con la parte de la selva donde solían ver a las personas.

"¿Qué tal si les hablamos?" sugirió Carla. "Quizás entiendan que su basura nos está haciendo daño."

Al llegar al puente, se encontraron con un grupo de niños que estaban jugando cerca del río. Los capibaras se acercaron, nerviosos pero decididos.

"¡Hola!" gritó Tito, intentando llamar su atención. "¡Nosotros somos capibaras y necesitamos su ayuda!"

Los niños se quedaron sorprendidos al ver a los capibaras parlantes. Uno de ellos, Lucas, respondió:

"¿¡Capibaras que hablan! ? Este es el mejor día de mi vida... Pero, ¿qué les pasa?"

Los capibaras explicaron la situación. Les contaron cómo la basura y la falta de árboles estaban destruyendo su hogar. Los niños, asombrados y preocupados, decidieron ayudar.

"Vamos a organizar una limpieza del río y hablar con nuestros padres para que paren de tirar basura," dijo Lucía, una niña decidida.

Los capibaras se sintieron aliviados. Juntos, empezaron a recoger basura de las orillas del río. Los niños trajeron bolsas grandes y, uno a uno, comenzaron a llenarlas de botellas y papeles. Era un gran trabajo, pero estaban fascinados por la idea de ayudar a sus nuevos amigos.

"¡Miren, aún hay muchos árboles por plantar!" dijo Bartolo.

Cuando terminaron de limpiar, los niños decidieron que era hora de hacer algo más que solo recoger basura.

"Plantemos árboles para que el hogar de los capibaras vuelva a ser seguro y lindo," sugirió Lucas, emocionado.

Así que, armados con semillas y plantines, pasaron toda la tarde plantando nuevos árboles a lo largo del río. Los capibaras miraban felices cómo sus amigos humanos trabajaban por su hogar.

Días, semanas y meses pasaron. Poco a poco, el río recuperó su belleza. Las orillas se llenaron de árboles verdes y la felicidad volvió al hogar de los capibaras.

Un día, mientras jugaban en el río, Carla miró a Tito y dijo:

"Nunca pensé que podríamos hacer algo tan grande. ¡Todo fue gracias a los niños!"

"Sí, y ahora tenemos que seguir cuidando nuestro hogar. Cada uno debe hacer su parte, incluso nosotros los capibaras," respondió Tito, tomando la lección muy en serio.

Así, el grupo de capibaras aprendió que aunque la humanidad a veces comete errores, siempre hay forma de cambiar las cosas y hacer que el mundo sea un lugar mejor para todos. Y juntos, seguirán protegiendo su hogar, recordando siempre que la unión hace la fuerza.

FIN.

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