El Viaje de los Colores



Había una vez un grupo de cinco amigos que vivían en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos hermosos. Cada uno de ellos tenía una personalidad distinta, pero compartían un mismo deseo: encontrar su propia identidad.

La narradora de nuestra historia es Killa, una niña indígena de Ecuador, llena de curiosidad pero a veces dudosa de quién era realmente. Su piel cobriza y sus ojos brillantes reflejaban la esencia de su cultura, pero en su corazón había un eco de inseguridad.

Un día, mientras jugaban en el parque, Killa dijo:

"A veces siento que soy como un río que no sabe a dónde ir. No sé qué me hace única."

Sus amigos, emocionados por la idea de una aventura, decidieron emprender un viaje juntos para descubrir la verdad sobre ellos mismos. "Podemos buscar pistas sobre quiénes somos", sugirió Tomás, un niño soñador que siempre llevaba un cuaderno en el que anotaba ideas locas.

Juntos formaron un plan y cada uno eligió un lugar a donde ir. Killa eligió el bosque, sintiendo que la naturaleza podría enseñarle algo sobre su identidad.

"Yo quiero conocer más sobre mis raíces", dijo con determinación.

Al llegar al bosque, Killa se encontró con un anciano sabio que le dijo:

"Cada árbol, cada hoja, cada sonido aquí cuenta una historia. Escucha, y descubrirás lo que buscas."

Mientras pensaba en las palabras del anciano, Killa también conoció a Lila, una mariposa que había perdido su camino.

"No sé cuál es mi color. Solía ser azul, pero ahora soy solo marrón", lamentó Lila.

Killa sonrió y le respondió:

"Tu color está en el viaje que hiciste. Cada experiencia te define."

Lila, emocionada, decidió acompañar a Killa en su búsqueda. Mientras esto pasaba, en el valle, Tomás estaba con Valentina, una niña con mucha energía que siempre estaba creando cosas.

"Quiero darle vida a mis ideas y mostrar lo que soy", exclamó Valentina mientras fabricaban un artefacto con hojas y ramas.

Durante la tarde, al ver su creación, Tomás dijo:

"Esto es como nosotros, creamos nuestra propia identidad a partir de lo que encontramos en nuestro entorno."

Mientras tanto, en la montaña, Santi, un niño valiente que amaba escalar, se encontró con una serpiente.

"No temas. A veces, lo que asusta puede enseñarte la valentía de conocerte a ti mismo", le dijo la serpiente.

Santi, sorprendido, reflexionó:

"La valentía no es la ausencia de miedo, es enfrentarlo. Quizás eso es parte de mi identidad."

Finalmente se juntaron todos en el río, cada uno con historias que compartir: Killa había encontrado la sabiduría de los árboles; Santi había aprendido sobre la valentía; Valentina había dado vida a sus ideas; y Tomás había encontrado inspiración en cada rincón.

Killa miró a sus amigos y dijo:

"Yo creo que nuestra identidad es como un arcoíris, estamos hechos de muchos colores mezclados. Cada experiencia suma a quien somos."

"¡Me encanta eso!", coincidió Lila, revoloteando a su alrededor.

Juntos decidieron que, en lugar de buscar una única respuesta, celebrarían su diversidad y el camino que recorrieron juntos.

"Cada uno de nosotros es una pieza única del rompecabezas" concluyó Santi, sonriendo.

Y así, con renovada confianza en sí mismos, Killa y sus amigos entendieron que su identidad no era un destino, sino un viaje lleno de colores, donde cada experiencia los hacía brillar aún más. Se prometieron seguir explorando y apoyándose mutuamente, disfrutando de cada aventura que la vida les presentara.

Desde aquel día, el pueblo no solo los conocía por sus nombres, sino también por los colores que traían a sus vidas. Y Killa, a quien le había costado tanto encontrar su lugar, finalmente sintió que pertenecía.

"Soy Killa, y soy parte de este hermoso arcoíris", declaró con una gran sonrisa, mientras sus amigos vitoreaban a su lado.

Y así, el grupo de amigos continuó su viaje, cada uno orgulloso de quien eran, llevando consigo la luz de su propia identidad y la calidez de la amistad que habían construido juntos.

FIN.

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