El Viaje de los Cuatro Amigos



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Villa Esperanza. Yo, Clara, tengo diez años y siempre he sido una soñadora. Mis amigos, Tomás, Sofía y Lucas, son como hermanos para mí. Juntos planeamos una aventura que cambiaría nuestras vidas.

- Che, ¿y si exploramos el viejo bosque al lado del río? - sugirió Tomás, empujando sus gafas hacia arriba de su nariz.

- Me encanta la idea, pero ¿no dicen que está embrujado? - preguntó Sofía con un tono travieso.

- Vamos, Sofía, sólo son historias - argumenté. - Siempre dije que hay que conocer la verdad.

- Pero, ¿y si nos perdemos? - intervino Lucas, mirando el suelo con nerviosismo.

- ¡No seas miedoso! Juntos no hay nada que temer - lo animé.

Finalmente, decidimos ir. El bosque se veía magnífico y misterioso. Cada paso que dábamos hacía crujir las ramas secas bajo nuestros pies.

- Miren, esa cabaña allá - dijo Tomás, señalando una construcción viejísima.

Nos acercamos, y cada vez más sentimos que algo raro nos rodeaba.

- Estoy empezando a tener un mal presentimiento. Quizás deberíamos volver - sugirió Lucas, temblando un poco.

- ¡No! - respondí, llena de determinación. - Quiero saber qué hay adentro.

Con valentía, giramos el manillar de la puerta y entramos en la cabaña. Adentro, había polvo y telarañas, pero lo que realmente llamó nuestra atención fue un mapa viejo colocado sobre una mesa.

- ¡Miren! - exclamé. - Este mapa parece marcar un tesoro.

- No lo sé, Clara. ¿Y si es peligroso? - preguntó Sofía, dudando.

- Todos los grandes tesoros requieren valentía. Yo creo que valdría la pena intentarlo.

Decidimos seguir el mapa. Rápidamente nos adentramos más en el bosque. Cada vez que nos deteníamos, pensábamos que sería mejor dar media vuelta, pero la curiosidad nos empujaba a seguir.

A medida que avanzábamos, la atmósfera se tornaba más oscura. Pronto, encontramos un claro con un viejo roble.

- Este árbol debe ser importante - dijo Lucas, que parecía más tranquilo.

- ¿Ves ese hueco en el tronco? Tal vez ahí escondieron el tesoro - interrumpí.

- ¿Y si es una trampa? - sugirió Tomás, con tonos de preocupación.

- Si no lo intentamos, nunca lo sabremos - respondí.

Al acercarnos al árbol, los cuatro miramos el hueco y, con manos temblorosas, comenzamos a excavar. Después de un rato, encontramos una pequeña caja.

- ¡Lo logramos! - grité, levantando la caja.

- Abrila, Clara - dijo Sofía.

Con cuidado, abrí la tapa y dentro había cuatro collares, cada uno con una piedra de color: rojo, azul, verde y amarillo.

- ¿Qué hacen estos collares? - preguntó Tomás.

- ¡No lo sé! - contesté, emocionada.

De repente, el viento comenzó a soplar con fuerza. Las ramas crujían, y una sensación de ansiedad invadió el lugar.

- Vayámonos de aquí. Esto no me gusta - dijo Lucas, mirando alrededor.

y con razón, porque justo en ese momento, el cielo se oscureció y una sombra se alzó de entre los árboles.

- ¡Corran! - grité, tirando los collares al suelo para no pesarnos.

Cada uno de nosotros corrió en direcciones diferentes, aterrados. No sabía adónde iba, sólo intentaba escapar. Los gritos de mis amigos resonaban en mi cabeza. Cuando logré detenerme, me di cuenta de que estaba sola.

- Sofía, Tomás, Lucas - llamé, pero sólo obtuve el eco de mi propia voz.

Sentí que el corazón me latía con fuerza. Me senté bajo un árbol, tratando de calmarme. Miré hacia la distancia y vi la figura de alguien acercándose. Era Sofía.

- ¡Clara! - gritó. - ¡Los demás están bien!

- ¿Qué pasó?

- Lucas y Tomás se escondieron en unos arbustos, creo que la sombra se fue.

Nos reunimos y hablamos de lo que había sucedido. Decidimos que no podíamos rendirnos.

- Esa sombra era sólo una ilusión. - dijo Sofía.

- A veces, lo que más tememos no es real - añadí.

Con el valor renovado, decidimos regresar a la cabaña. A lo lejos, los collares brillaban bajo una luz tenue, y nos los llevamos a casa.

- Te quiero a vos, Clara - me dijo Lucas. - Me hiciste dar el primer paso en esta aventura, aunque dio miedo.

- ¡Sí! Estuve muy asustada, pero nunca me rendí - le respondí.

- Juntos somos los más valientes - concluyó Tomás.

Aquel día, no solo encontramos un tesoro, sino que también aprendimos que vencer nuestros miedos y mantener la unidad entre amigos era el verdadero descubrimiento.

Desde entonces, se convirtió en nuestro secreto, el mapa de la valentía que llevábamos en el corazón en cada aventura que emprendimos juntos.

FIN.

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