El Viaje de los Eternos
Había una vez, en un lejano futuro, un mundo donde la ciencia había logrado lo imposible: la inmortalidad. La humanidad, llena de alegría, celebraba en todas partes. La gente creía que la vida eterna sería un regalo, un pasaporte a aventuras infinitas.
Un día, un pequeño pueblo llamado Arcoíris se preparaba para una gran fiesta. Los hectáreas de flores se llenaban con los risas y danzas de los habitantes. Roberto, un niño curioso con grandes sueños, estaba ansioso por la celebración.
"¡Mamá! ¿Cuándo comenzará la Fiesta de los Eternos? ¡Quiero ver a todos los adultos bailar!" - preguntó Roberto, emocionado.
"Pronto, hijo. Todos necesitarán energía, así que asegúrate de comer bien. La inmortalidad nos ha regalado tiempo, pero también necesitamos disfrutar de cada momento" - respondió su madre, mientras cocinaba en su pequeño hogar.
A medida que pasaron los años, el entusiasmo de la gente comenzó a desvanecerse. Aunque la inmortalidad era maravillosa, muchos se sintieron atrapados. Regalaban dos, tres, diez décadas de sus vidas sin avanzar y sin aprender.
Un día, mientras paseaba por el pueblo con su amiga Lucía, Roberto le dijo:
"Lucía, he estado pensando. ¿No crees que la inmortalidad no es tan genial después de todo? Hay tantas cosas que ni siquiera estamos haciendo porque tenemos 'todo el tiempo del mundo'".
"Sí, a veces me siento así, como si estuviera en un día de verano que nunca termina. Pero, ¿qué deberíamos hacer?" - le preguntó Lucía, preocupada.
Roberto supo que debían actuar. Propuso un plan que los llevaría a una aventura inolvidable.
"Vamos a convencer a los adultos de que organizen el Festival de los Sueños. ¡Un evento donde cada uno de nosotros comparte sus sueños y miedos!" - sugirió.
Con entusiasmo, empezaron a hablar con todos en Arcoíris. Algunos se mostraron escépticos, pero la idea empezó a tomar forma, y la emoción se fue extendiendo entre los adultos que también necesitaban redescubrir sus pasiones.
Finalmente, llegó el gran día del Festival de los Sueños. Todos en el pueblo se reunieron en la plaza. Había música, colores y sonrisas. Uno por uno, los adultos comenzaron a compartir sus sueños olvidados.
"Yo solía querer ser astronauta, pero nunca tuve tiempo" - confesó el viejo Tomás, un comerciante de flores.
"Siempre quise viajar por el mundo, pero nunca lo hice porque pensé que tenía que trabajar" - dijo Ana, la madre de Roberto.
A medida que las historias se contaban, algo mágico comenzó a suceder. Las personas se dieron cuenta de que había más en la vida que solo existir; había que vivir de verdad, llenando cada día de significado.
Roberto se emocionó al contemplar la transformación en el aire. La gente comenzó a hacer planes para perseguir sus sueños. Se formaron grupos de viajeros, artistas y hasta científicos que querían explorar el espacio.
"Esto es increíble, Lucía. ¡Las personas están despertando!" - observó emocionado, notando el brillo de la vida en sus ojos.
Con cada relato compartido, la alegría crecía. El Festival no solo había sido un día de celebración, sino que se convirtió en un recordatorio de que el tiempo no importaba si no se llenaba de experiencias valiosas.
Apresurados, todos comenzaron a buscar sus caminos. Algunos fueron al espacio, otros se convirtieron en grandes artistas, y algunos incluso comenzaron negocios para ayudar a los demás. La inmortalidad ya no era un freno, sino un lienzo en blanco para pintar sus vidas.
Roberto y Lucía miraron con satisfacción mientras veían cómo sus vecinos recuperaban la chispa de sus corazones. Desde ese día, Arcoíris nunca volvió a ser el mismo. Todos aprendieron que vivir plenamente es un arte en donde cada uno se convierte en su propio pintor.
Y así, el ciclo interminable de la existencia se transformó en un viaje lleno de sueños, risas y aprendizajes, recordándoles a todos que, a veces, la inmortalidad está en las experiencias que vivimos, no solo en los años que sumamos.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado.
FIN.