El Viaje de los Inexplorados



Era un día soleado en el que Manuela, Bryan, Gabriel, Verónica, Priscila y Diego se encontraron en el parque. A pesar de que eran adultos, nunca habían trabajado con niños antes y sentían un cosquilleo en el estómago por la emoción y el miedo de lo desconocido. Todo había comenzado con una idea: crear un campamento de exploración donde pudieran conectar con chicos de 12 años, pero la inseguridad los acechaba.

"¿Y si los chicos no nos toman en serio?" - dijo Manuela, mirando hacia el suelo.

"Yo igual siento que no podré guiar a nadie. ¿Y si hacemos un desastre?" - agregó Bryan con voz temblorosa.

"¡Pero tengo un mapa de tesoros que podemos usar!", exclamó Gabriel, intentando aligerar el ambiente.

"¡Sí! Eso ayudará a que se diviertan. ¡Toda exploración necesita un mapa!" - comentó Verónica, con una gran sonrisa.

"Claro, haremos que sea divertido. Si logramos integrar las actividades y, al mismo tiempo, compartir cosas sobre nosotros, ¿no sería genial?" - sugirió Priscila, siempre optimista.

"Además, podemos aprender de ellos. A veces son más sabios de lo que pensamos. ¡Démosle como si fuéramos un equipo!" - aportó Diego, que veía el lado positivo de la situación.

El grupo logró armar un itinerario que incluía juegos, exploraciones y una parte final donde compartirían anécdotas. Con un nerviosismo palpable, el día del campamento llegó.

Los chicos fueron llegando poco a poco. Entre ellos estaban los inseparables Tomás y Nico, la soñadora Sofía, y la curiosa Mía. En cuanto se presentaron, el grupo de adultos sintió una mezcla de alivio y emoción.

"Hola chicos, somos Manuela, Bryan, Gabriel, Verónica, Priscila y Diego. Hoy seremos sus guías en esta aventura. ¿Listos para explorar?" - dijo Diego, intentando sonar entusiasta.

Los chicos respondieron con un tímido "Sí"- mientras intercambiaban miradas.

La primera actividad fue crear un mapa del tesoro. Los adultos escucharon las ideas de los chicos.

"Yo creo que debemos incluir la montaña de arena como parte del tesoro," - sugirió Tomás.

"¡Y un lago misterioso!" - añadió Sofía con sus ojos brillando.

"Vamos a necesitar una brújula..." - destacó Mía.

Con cada idea, los adultos se daban cuenta de que sus temores eran infundados. Los chicos estaban entusiasmados y llenos de creatividad. Mientras se adentraban en el parque, el grupo buscó objetos para incluir en su mapa.

Poco a poco, se hicieron amigos. Los adultos no podían evitar admirar la forma en que los niños se ayudaban unos a otros, y también se hicieron preguntas sobre sus propios miedos.

"Me asusta no ser bueno en esto" - confesó Bryan a Sofía durante un descanso.

"¿Nunca te has perdido en un lugar? A veces hay que explorar lo desconocido. Nos hace más fuertes. Así se aprende a encontrar el camino de vuelta" - ella respondió, sorprendiendo a Bryan con su sabiduría.

Al final del día, todavía quedaba la última actividad, donde todos compartirían historias sobre lo que habían aprendido.

"Yo aprendí que puedo ser más valiente de lo que creo, sobre todo al escuchar lo que mis amigos tienen que decir" - dijo Priscila, mirando a los chicos.

"Y nosotros aprendimos a confiar en ustedes, porque nos sentimos como un equipo" - respondió Nico, grato por la experiencia.

En ese momento, los adultos se sintieron verdaderamente conectados. Comprendieron que guiando a los niños también habían aprendido a crecer. Las risas resonaban y todos en el círculo sellaron su amistad con un fuerte aplauso.

"No importaba si fallamos o no, lo importante era estar juntos y disfrutar el viaje. La amistad es el verdadero tesoro" - concluyó Diego. Todos estuvieron de acuerdo y se marcharon juntos, dejando atrás el miedo que los había acompañado al principio.

Y así, en una tarde mágica, no solo los adultos guiaron a los niños, sino que los niños también guiaron a los adultos, forjando un vínculo que permanecería por siempre.

FIN.

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