El Viaje de los Pequeños Aprendices
Era un día radiante en un pequeño pueblo, donde un grupo de niños de 7 años jugaba en el parque. Entre risas y juegos, el más pequeño de todos, Juanito, se mostró curioso y se puso a pensar:
"¿Cómo puedo ser tan bueno como Jesús?"
Justo en ese momento, una figura amable y luminosa apareció ante ellos. Era Jesús de Nazaret, el conocido niño de su escuela.
"Hola, pequeños. Soy Jesús, y he venido a llevarlos en un viaje especial para aprender juntos sobre la bondad y el amor."
Los ojos de los niños brillaron de emoción y todos gritaron al unísono:
"¡Sí, vamos!"
Al instante, una nube suave y colorida los envolvió, llevándolos a diferentes lugares que Jesús había visitado. Primero aterrizaron en un hermoso campo lleno de flores.
"Este es el campo donde enseñé sobre la semilla de mostaza. A veces, las cosas más pequeñas pueden crecer y convertirse en grandes obras. ¿Cómo pueden ustedes hacer algo grande en sus vidas?"
"¡Podemos ayudar a plantar árboles!" - exclamó Lucía, una de las niñas.
"Exacto, y también pueden sembrar semillas de bondad en sus corazones. ¿Qué tal si ayudamos a alguien hoy?"
Decididos, los niños se pusieron a recordar a alguien que necesitaba ayuda. Al poco tiempo, encontraron a una anciana que necesitaba cruzar la calle.
"¡Vamos a ayudarla!" - dijo Juanito, y juntos la acompañaron con cuidado.
"Gracias, niños. Son muy amables" - dijo la anciana, sonriendo.
Sintiéndose felices, viajaron nuevamente con Jesús, esta vez al mar. Allí, en la orilla, él les habló sobre compartir.
"¿Ven esas olas? A veces, la generosidad puede ser como el mar, siempre fluyendo. ¿Alguna vez han compartido algo con un amigo?"
"Yo compartí mis juguetes con mi hermano una vez" - dijo Sofía, emocionada.
"¡Maravilloso! Compartir es una forma de amor. Pero, también debemos recordar que compartir no siempre son cosas materiales. A veces, compartir una sonrisa o nuestro tiempo es igualmente importante."
Los niños comenzaron a jugar en la arena, haciendo castillos y riendo, cada uno compartiendo su espacio y sus juguetes entre ellos.
Más tarde, Jesús los llevó a un monte donde les enseñó sobre la valentía.
"Cuando enfrentan sus miedos o hacen algo difícil, se convierten en héroes. Todos podemos ser valientes, incluso si somos pequeños. ¿Qué les da miedo?"
Lisandro, un niño muy tímido, confesó:
"Me da miedo hablar en público."
"Eso es normal, Lisandro. Pero, si te atreves a dar ese primer paso y practicar frente a tus amigos, te sentirás más fuerte. ¿Qué tal si haces un pequeño discurso frente a nosotros ahora?"
Con un poco de nervios, Lisandro se puso de pie y pronunció un pequeño saludo. Los niños lo aplaudieron.
"¡Bien hecho, Lisandro! Todos tenemos la fuerza dentro de nosotros, solo tenemos que buscarla" - dijo Jesús, abrazándolo.
Finalmente, llegaron a un lugar mágico, un bosque donde los árboles parecían hablar.
"Aquí quiero que comprendan el poder del perdón. En este bosque, todos se dan segundas oportunidades. ¿Alguna vez no han perdonado a un amigo?"
"Sí, me enojé con mi amiga por un malentendido una vez..." - confesó Valentina.
"Cuando perdonamos, liberamos nuestro corazón y llenamos de luz el mundo. Miren, el árbol que perdonó lleva el más hermoso de los frutos. ¿Qué tal si ahora practican el perdón con sus amigos?"
Los niños empezaron a hablar de sus malentendidos, y tras muchas risas y abrazos, se sintieron más unidos que nunca.
Después de un día lleno de aprendizajes, fue tiempo de regresar a casa.
"Hoy han aprendido no solo de mí, sino de ustedes mismos. Siempre llévense en el corazón el amor, la bondad, el valor y el perdón. Y recuerden, cada pequeña acción cuenta. Juntos podemos cambiar el mundo, uno a uno."
"¡Gracias, Jesús! Vamos a ser mejores!" - gritaron en coro los niños, llenos de alegría.
Así, una nube pura comenzó a descender, llevándolos de vuelta a la realidad, pero con un brillo especial en sus corazones, dispuestos a sembrar alegría en cada rincón de su vida.
FIN.