El viaje de los sentidos
Había una vez en un pequeño pueblo, dos amigos inseparables: Arturo, un niño curioso y aventurero, y Jorge, un niño ciego con un deseo especial de descubrir los colores que lo rodeaban.
A pesar de la limitación de Jorge, su amistad era inquebrantable y juntos se embarcaban en emocionantes aventuras.
Un día, mientras paseaban por el parque, Jorge le dijo a Arturo:- ¡Arturo, me encantaría poder ver los colores! ¿Te imaginas cómo serán? Arturo sonrió y le respondió:- ¡Claro que sí, amigo! Vamos a encontrar la manera de hacerlo. Decidieron entonces investigar sobre los colores a través del tacto y el olfato. Recorrieron juntos el mercado del pueblo tocando frutas y verduras para identificar sus diferentes tonalidades.
Descubrieron que el limón era amarillo brillante como el sol y que la manzana era roja como una rosa. Luego, visitaron una floristería donde inhalaron los aromas dulces de las flores para asociar cada fragancia con un color.
Aprendieron que el aroma suave del jazmín correspondía al blanco puro y que la lavanda despedía un perfume violeta intenso.
Pero su mayor descubrimiento llegó cuando encontraron en la biblioteca del pueblo un libro con páginas llenas de texturas rugosas y suaves que representaban cada color. Arturo describía detalladamente las imágenes a Jorge mientras éste palpaba las ilustraciones con asombro.
- ¡Este es el azul del cielo en un día despejado! -exclamaba Arturo mientras Jorge sentía las líneas onduladas que representaban las nubes. Jorge estaba emocionado por todo lo que había aprendido sobre los colores gracias a la ayuda de su amigo Arturo. Sin embargo, aún anhelaba poder experimentarlos de alguna manera más real.
Una tarde soleada, Arturo tuvo una brillante idea. Llevó a Jorge al estudio de pintura de su abuelo, un reconocido artista local. Allí, ante ellos se extendían lienzos blancos listos para cobrar vida con cada pincelada.
- ¿Qué te parece si creamos juntos nuestra propia obra llena de colores? -propuso Arturo entusiasmado. Jorge asintió emocionado e inspirados por la magia del arte comenzaron a pintar.
Con cuidado y dedicación eligieron cada color basándose en sus experiencias previas: el calor del sol amarillo intenso; la frescura del verde como el pasto húmedo; la calma del azul profundo como el mar en calma; y finalmente la pasión del rojo como el fuego ardiente.
Al terminar su obra maestra, ambos observaron maravillados cómo los colores cobraban vida ante sus manos. Aunque Jorge no podía verlos con sus ojos físicos, los percibía con su corazón sintiendo cada matiz plasmado en aquel lienzo único.
Desde ese día en adelante, Arturo y Jorge continuaron explorando juntos el mundo de los colores a través de nuevas experiencias sensoriales e imaginativas aventuras.
Y aunque Jorge nunca recuperó su vista física, encontró una nueva forma de ver más allá de lo visible gracias al amoroso apoyo y creatividad compartida con su fiel amigo Arturo.
FIN.