El Viaje de Lucas



Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina un adolescente llamado Lucas. Lucas era muy inteligente y además poseía una gran sensibilidad hacia lo que sentían los demás. Daba gusto escucharlo, porque siempre encontraba las palabras adecuadas para consolar a sus amigos. Sin embargo, esta empatía también lo hacía sentir una montaña rusa de emociones.

Un día, mientras caminaba hacia la escuela, Lucas escuchó a dos compañeros de clase, Tomás y Sofía, hablando sobre un concurso de ciencia que se realizaría en su colegio.

- “Es una oportunidad increíble para mostrar nuestras ideas, ¿no? ” - dijo Sofía con entusiasmo.

- “Sí, pero no sé si podré hacerlo bien” - respondió Tomás un poco dudoso.

Las palabras de Tomás resonaron en la mente de Lucas. Él sabía que la inseguridad podía frenar a muchos. Así que decidió acercarse.

- “¡Hola, chicos! Escuché lo que decían. ¿Puedo ayudarles a prepararse para el concurso? ” - preguntó Lucas.

- “¿De verdad? ¡Eso sería genial! ” - exclamó Sofía.

- “Pero, ¿por qué querrías ayudar? ” - preguntó Tomás, un poco escéptico.

- “Porque creo que juntos podemos lograrlo. Quizás yo no esté participando, pero soy bueno en ciencias y me encantaría ser parte del equipo”, respondió Lucas con una sonrisa.

Los tres se pusieron a trabajar. Lucas, con sus ideas brillantes, ayudaba a dar forma al proyecto sobre la energía renovable. Sin embargo, a medida que se acercaba el día del concurso, Lucas comenzó a sentir una presión extra.

Una tarde, mientras revisaban los materiales, Lucas se sintió abrumado.

- “No sé si voy a poder. ¿Y si no ganamos? ¿Y si la gente se ríe de nosotros? ” - soltó Lucas de golpe.

- “Lucas, no tienes que sentirte así. El verdadero triunfo es aprender y disfrutar el proceso” - le dijo Sofía.

- “Sí, además, nosotros ya hemos hecho un gran trabajo” - agregó Tomás.

Las palabras de sus amigos lo hicieron reflexionar. Tenía que aprender a manejar sus emociones y no dejar que el miedo a fracasar lo dominara.

Lleno de confianza gracias a sus amigos, Lucas decidió tomar un enfoque diferente.

- “Hagamos el mejor proyecto que podamos y si no ganamos, lo superaremos juntos” - propuso él.

- “¡Eso es lo que importa! ” - dijeron Sofía y Tomás al unísono.

El día del concurso llegó. La presentación fue un éxito. Hablaron sobre su proyecto con pasión y mostraron a los jueces lo que habían aprendido. Al final, aunque no ganaron, se sintieron orgullosos.

- “Chicos, no ganamos, pero ¡qué bien la pasamos! ” - dijo Lucas con un brillo en sus ojos.

- “Sí, aprendimos un montón y nos divertimos en el proceso” - añadió Sofía.

- “Esto no es el final, ¡sino un comienzo! ” - concluyó Tomás, lleno de optimismo.

Esa experiencia enseñó a Lucas que ser emocional no significaba ser débil. Aprendió a expresar sus sentimientos y a valorarse incluso sin una medalla. Al final, lo más importante no era el resultado, sino la amistad y el crecimiento personal que había vivido en el camino.

Desde ese día, Lucas se convirtió en un defensor de la importancia de la autoaceptación y de trabajar en equipo. Comenzó a ayudar a otros estudiantes a superar sus inseguridades y a enfocarse en lo que realmente importaba: disfrutar del aprendizaje y apoyarse mutuamente.

Y así, Lucas nunca dejó de ser un adolescente emocional, pero aprendió a abrazar sus sentimientos y a utilizarlos como una fuerza positiva en su vida y en la de sus amigos. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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