El Viaje de Luna
Luna era una niña curiosa y llena de alegría que vivía en un pueblo donde el sol siempre brillaba. Cada día, sus amigos y ella corrían por las calles jugando a las escondidas, riendo y disfrutando de la vida. Sin embargo, había una persona en especial que siempre atraía su atención: su abuela Clara. Esta abuela no solo sabía contar historias, sino que tenía la capacidad de hacer que cada relato cobrara vida en la mente de Luna.
Una tarde, mientras se sentaban juntas en el porche, Luna le preguntó a su abuela sobre sus sueños.
- Abuela, ¿cuál es tu sueño más grande? - le preguntó Luna con ojos brillantes.
- Mi sueño, querida, es que todos los niños del mundo conozcan sus derechos - respondió la abuela, sonriendo con ternura.
- Pero, ¿qué son los derechos? - inquirió la pequeña, con curiosidad.
La abuela, con una mirada comprensiva, empezó a contarle sobre la Tierra de los Sueños, un lugar mágico donde los derechos de los niños se convertían en tesoros brillantes.
- En este lugar - continuó Clara - todos los niños reciben su tesoro especial el día en que nacen. Hay un tesoro que simboliza el derecho a recibir educación, otro que representa el derecho a vivir en un ambiente libre de violencia, y hay uno que representa el derecho a ser escuchado. Todos son importantes y juntos forman un grandioso mapa.
- ¡Qué maravilla, abuela! - exclamó Luna, imaginándose rodeada de brillantes tesoros.
- Pero hay un problema, querida - dijo la abuela, con su tono de preocupación. - Algunos niños no conocen sus derechos, y eso los hace sentir tristes y perdidos.
Luna sintió que una chispa de valentía surgía dentro de ella.
- Abuela, ¡quiero ir a la Tierra de los Sueños y ayudar a los niños a encontrar sus tesoros! - anunció, decidida.
- Para eso necesitarás un mapa, Luna. Y el mapa solo se encuentra en lo profundo de tu corazón. - dijo Clara, sonriendo con orgullo.
Esa noche, mientras todos dormían en el pueblo, Luna se quedó despierta, pensando en su viaje. Cerró los ojos y se imaginó volando a la Tierra de los Sueños. De repente, por arte de magia, se encontró en un bosque colorido lleno de risas de niños. En cada rincón había montones de tesoros que brillaban con fuerza.
Pero al mirar más de cerca, vio que los niños estaban tristes. Algunos no podían jugar porque no sabían que tenían derechos. Luna decidió acercarse a ellos.
- ¡Hola! ¿Por qué están tristes? - les preguntó.
- No sabemos qué son esos brillantes tesoros - respondieron al unísono varios niños.
- ¡Son nuestros derechos! - exclamó Luna. - Vengan, les mostraré cómo usarlos.
Juntos, comenzaron a recoger los tesoros y cada uno descubrió lo especial que era cada derecho.
- Este es mi derecho a la educación - dijo Tomás, un niño con gafas grandes, mostrando un libro que brillaba en sus manos.
- Y este es mi derecho a jugar - añadió una niña llamada Sofía, sosteniendo una pelota dorada.
Luna sonrió al verlos felices, pero de repente, una sombra oscura apareció. Era el Guardián de la Desigualdad, que no quería que los niños conocieran sus derechos.
- ¡No se les permite llevarse esos tesoros! - renunció con voz aterradora.
Pero Luna, armada de valentía, levantó su voz.
- ¡No puedes detenernos! ¡Los derechos son para todos los niños! - gritó. Su determinación hizo que otros niños se unieran a ella.
- ¡Sí! - gritaron todos, mientras levantaban sus tesoros.
El Guardián, asustado por la unidad de los niños, comenzó a desvanecerse. Con un último grito de furia, desapareció en el aire.
Los niños, ahora empoderados y con sus tesoros brillando más que nunca, celebraron su victoria.
- ¡Gracias, Luna! - gritaban mientras se abrazaban. - Ahora sabemos que nuestros derechos son nuestro tesoro más grande.
Luna sonrió, sintiéndose feliz y consciente del poder que había dentro de cada uno de ellos. Entonces, el bosque se transformó en un brillante arcoíris que los llevó de vuelta a su pueblo.
Al despertar, Luna se dio cuenta de que todo había sido un sueño, pero sentía que había aprendido una lección valiosa.
Desde ese día, empezó a compartir la historia de la Tierra de los Sueños con sus amigos, organizando juegos donde enseñaban sobre sus derechos y ayudando a que cada niño se sintiera especial y valorado.
- ¡Ahora sabemos que nuestros derechos son como tesoros! - decía Luna cada vez que se reunían. - ¡Y debemos cuidarlos y celebrar nuestra diversidad!
Y así, la pequeña Luna, con una historia mágica en su corazón, se convirtió en una verdadera guardiana de los derechos de los niños, llenando su pueblo de alegría y conocimiento, y asegurándose de que cada niño conociera su propio tesoro especial.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado.
FIN.