El Viaje de Luna
Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Arcoíris, una niña llamada Luna. Desde muy chica, Luna había escuchado las expectativas de los demás: "Debes ser la mejor en matemáticas para que te quieran"-, decía su maestra, mientras que su mamá le repetía: "Tienes que ser la más linda para que todos te miren"-. Luna, confundida, se pasaba los días intentando cumplir todas esas expectativas, pero cada vez que lo hacía, se sentía más perdida.
Un día, mientras paseaba por el bosque cercano a su casa, encontró a un viejo sabio llamado Don Espino.
"Hola, pequeña. ¿Por qué tan preocupada?"-, le preguntó.
Luna suspiró: "Tengo que ser la mejor en todo. Todos me dicen cómo tengo que ser"-.
Don Espino sonrió y le respondió: "A veces, las voces de los demás nos ahogan y olvidamos quiénes somos en realidad. ¿Te gustaría unirte a mí en un viaje?"-.
Curiosa, Luna aceptó. Juntos, caminaron hasta un claro donde el cielo parecía tocar la tierra.
"Mirá a tu alrededor, Luna. Todo lo que ves tiene su propio valor. El árbol no intenta ser una flor, y la flor no intenta ser un árbol. Cada uno es único"-, le explicó Don Espino.
Luna reflexionó sobre esto, pero aún se sentía insegura. "¿Y si no soy lo suficientemente buena?"- le preguntó.
"La clave está en descubrir lo que hay dentro de ti. A veces, lo que te hace increíble ya está ahí, sólo necesitas dejarlo brillar"-, respondió el sabio.
Intrigada, Luna decidió seguir el consejo de Don Espino. Empezó a explorar sus propios intereses. Le encantaba dibujar, y poco a poco comenzó a hacerlo más seguido. Sus dibujos eran coloridos, llenos de vida, y eso la hacía sentir feliz.
"¡Mirá, Luna! Tus dibujos son hermosos"-, le dijo su amiga Maya una tarde.
"¿De verdad te gustan?"- preguntó Luna, sintiéndose emocionada.
"Sí, tenés un talento especial. ¡Deberías mostrarlos a más personas!"-
Luna, aún dudosa, decidió participar en el festival del pueblo, donde todos podían exhibir sus obras de arte. Cuando llegó el día, estaba nerviosa.
"¿Y si no le gusta a nadie?"- murmuró. Pero recordó las palabras de Don Espino. "Lo que importa es lo que siento yo"-.
Al llegar, se encontró con un grupo de niños que también estaban exhibiendo sus trabajos. Algunos se preocupaban por ser perfectos, mientras que otros sólo querían disfrutar. Luna sintió que eran todos muy diferentes, cada uno con sus propios talentos. Entonces decidió que haría una exhibición de sus dibujos, sin importar lo que dijeran los demás.
"¡Bienvenidos a mi mundo de colores!"- gritó Luna, y comenzó a explicar cada dibujo.
A medida que hablaba, se dio cuenta de que lo hacía con pasión y alegría. Las personas se acercaron a admirar sus obras, y Luna fue inundada por un cálido aplauso.
"Tus dibujos me hacen sentir feliz"-, comentó un niño del público.
"¡Sos increíble!"- exclamó otro.
Esa noche, Luna volvió a casa con el corazón lleno de alegría, no sólo por los aplausos, sino porque había compartido su verdadero yo.
"No busques el valor en lo que dicen los demás, querida niña. Esq el que brilla desde adentro que importa"-, le recordó Don Espino cuando lo encontró al día siguiente.
Desde ese día, Luna continuó dibujando y explorando sus propias pasiones. Ya no se preocupaba por las expectativas ajenas, porque había descubierto su propio valor. Y así, su luz comenzó a brillar más que nunca, iluminando a todos a su alrededor.
La historia de Luna se esparció por todo Arcoíris, inspirando a otros niños a ser auténticos. Juntos aprendieron que el verdadero valor proviene de ser ellos mismos. Y Luna, con su arte, ayudó a muchos a verse a sí mismos con los ojos del corazón.
FIN.