El Viaje de Luna al País de los Sueños
Érase una vez, en un pequeño pueblo argentino, una niña llamada Luna. Luna era muy imaginativa, y siempre soñaba con aventuras extraordinarias. En el patio de su casa, había un viejo árbol que le hablaba y le contaba cuentos de mundos lejanos. Un día, mientras escuchaba una de sus historias, se dio cuenta de que los cuentos siempre terminaban con la misma frase: "Y así, al final, todo se resolvió". Pero en su vida real, todo no siempre se resolvía como ella deseaba.
"¿Por qué en los cuentos siempre hay finales felices? A mí me gustaría que mis problemas desaparecieran como por arte de magia", suspiró Luna.
El árbol, que se llamaba Sombra, la miró con ternura y le dijo:
"Querida Luna, a veces debemos enfrentar nuestros problemas para aprender de ellos. Pero te puedo llevar a un lugar donde todo es posible".
Luna se llenó de entusiasmo y, al instante, el árbol la envolvió en una brillante luz. Se encontraron en un país fascinante lleno de colores y criaturas extrañas. Todo era maravilloso, pero de repente, se dio cuenta de que también había cosas que no le gustaban. Había monstruos que quitaban la alegría y nubes grises que ponían triste a la gente.
"¿Qué es esto? ¡Esto no es como en los cuentos!", exclamó Luna.
"Este es el País de los Sueños. Aquí, tus deseos pueden hacerse realidad, pero también debes aprender a manejarlos", explicó Sombra.
Luna decidió que usaría su imaginación para ayudar a los demás. Comenzó a hablar con la gente del país y encontró a un grupo que se sentía triste por no poder volar. Entonces, con su mente creativa, se le ocurrió una idea.
"¿Qué tal si construimos alas con hojas y flores?", sugirió Luna. Todos miraron con asombro.
Juntos, recolectaron materiales y, en poco tiempo, todos tenían alas maravillosas. Al probarlas, empezaron a volar y a reír. El aire estaba lleno de risas, y Luna se sintió feliz de ver a todos disfrutar.
Sin embargo, la felicidad no duró. Pronto, los monstruos regresaron y comenzaron a enfriar el aire de nuevo. Luna estaba preocupada.
"¡No puedo dejarlos ganar!", gritó. Pero no sabía cómo enfrentarse a ellos. En ese momento, Sombra apareció de nuevo.
"Luna, recuerda, lo que importa no es solo la felicidad, sino lo que aprendes. Cada momento, bueno o malo, es parte de tu crecimiento".
Luna reflexionó y tuvo una idea. Les dijo a sus amigos:
"¡Vamos a hablar con los monstruos! Quizás están solos y es por eso que son tan gruñones".
Con valentía, se acercaron a los monstruos. A medida que se acercaban, Luna pudo ver que los monstruos también tenían ojos tristes.
"¿Por qué están tan enojados?", preguntó Luna. El monstruo más grande respondió:
"Estamos solos y nadie quiere jugar con nosotros".
Luna se dio cuenta de que los monstruos solo querían compañía. Junto con sus nuevos amigos, decidieron incluir a los monstruos en sus juegos. Les enseñaron a hacer alas y juntos empezaron a jugar.
Pronto, los monstruos se convirtieron en sus mejores amigos, llenando el país de alegría. La nube gris que había oscurecido el cielo se convirtió en arcoíris y el sol brilló más que nunca.
"¡Lo logramos! ¡Hicimos amigos!", celebró Luna.
En ese momento, el árbol Sombra volvió a aparecer.
"Has aprendido una valiosa lección, Luna. A veces, enfrentar los miedos y abrirse a los demás trae la verdadera felicidad".
Luna sonrió, y con un parpadeo, el País de los Sueños comenzó a desvanecerse. Regresó a su pequeño pueblo bajo el viejo árbol. Sin embargo, se sentía diferente. Había aprendido a ver más allá de sus miedos, y ahora tenía una nueva forma de enfrentar la vida.
Desde ese día, cada vez que Luna se sentía abrumada, miraba al viejo árbol y recordaba su aventura en el País de los Sueños. Sabía que con imaginación y valentía, podía convertir cualquier situación en una oportunidad para aprender y crecer.
FIN.