El viaje de Luna en busca de su familia



Había una vez una ballenita llamada Luna que vivía en el océano Atlántico. Luna era muy alegre y juguetona, pero siempre se sentía un poco triste porque no conocía a su familia.

Ella había sido separada de ellos cuando era muy pequeña y desde entonces había estado viajando sola por el mar. Un día, mientras nadaba cerca de la costa, escuchó a unas gaviotas hablar sobre un lugar lejano donde las ballenas migraban cada año.

Decidida a encontrar a su familia, Luna decidió emprender un largo viaje hacia ese lugar desconocido. Luna nadaba sin descanso durante días y noches, enfrentándose a olas gigantes y tormentas intensas.

Pero ella nunca se rindió, porque sabía que encontrar a su familia era lo más importante para ella. Finalmente, después de semanas de viaje agotador, Luna llegó al lugar donde las ballenas se reunían cada año.

Estaba emocionada por fin conocer a los miembros de su familia y abrazarlos con sus enormes aletas. Pero cuando llegó allí, se dio cuenta de que no reconocía ninguna cara. Todas las ballenas eran extrañas para ella. Se sintió desilusionada y triste porque pensó que nunca encontraría a su verdadera familia.

En ese momento apareció una vieja tortuga marina llamada Donatello. Él había visto cómo Luna llegaba al lugar esperanzada pero luego parecía decepcionada. "¿Qué te pasa?" -preguntó Donatello preocupado-.

Luna le contó toda su historia y lo triste que estaba por no haber encontrado aún a su familia. Donatello sonrió y le dijo: "Querida Luna, a veces la familia no está compuesta solo por aquellos que tienen nuestro mismo ADN.

La familia también puede ser encontrada entre aquellos que nos aman y cuidan". Luna se quedó pensativa, comprendiendo las palabras de Donatello. Entonces decidió abrir su corazón y conocer a las ballenas del lugar.

Con el tiempo, Luna hizo muchos amigos en esa comunidad de ballenas migratorias. Aprendió de ellas sobre los peligros del océano, cómo encontrar alimento y cómo protegerse mutuamente. Luna se dio cuenta de que había encontrado una nueva familia en ese lugar.

No eran sus parientes biológicos, pero la amaban y cuidaban como si lo fueran. Desde entonces, Luna ya no se sentía triste por no haber encontrado a su verdadera familia. Había aprendido que el amor y el cariño pueden encontrarse en cualquier parte del mundo.

Y así, Luna nadaba felizmente junto a sus nuevos amigos cada año durante la migración. Sabía que aunque su viaje comenzó buscando a su familia biológica, había terminado encontrando algo aún más valioso: una familia elegida con amor.

FIN.

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