El Viaje de Martín
Érase una vez un niño llamado Martín, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos. Tenía una madre a la que amaba con todo su corazón. Cada mañana, su madre le contaba historias alrededor de la mesa, haciéndolo sentir como un aventurero en un mundo lleno de posibilidades. Pero un día, su madre se fue a trabajar y no volvió. Martín sintió un vacío inmenso en su pecho.
El niño, lleno de tristeza, se sentó en el porche de su casa mirando el horizonte. Justo entonces, apareció su amigo Lucas, un niño un poco mayor que él.
"Che, Martín, ¿qué te pasa? Te veo muy decaído."
"No sé... mi mamá no volvió y no sé qué hacer. La extraño mucho."
Lucas, con la sabiduría de quien ha vivido algunas cosas, le dijo:
"A veces las cosas no salen como uno quiere, pero eso no significa que debamos rendirnos. ¿Por qué no hacemos un viaje a lo alto de la montaña? Allí, desde la cima, podremos ver todo el pueblo y recordarla de otra manera."
Martín, aunque triste, aceptó porque le gustaba la idea de sentir la brisa en su rostro y ver todas las cosas desde lo alto. Juntos, Martín y Lucas comenzaron su camino hacia la montaña.
En el camino, se encontraron con una anciana que vendía flores. La mujer le dijo a Martín:
"¿Por qué tienes esa carita tan longaniza, pichón?"
"Porque extraño a mi mamá. No sé dónde está."
La anciana sonrió y le ofreció una flor hermosa.
"Cada flor tiene su historia. Regálasela a alguien que la necesite y verás que el amor siempre encuentra la forma de volver."
Martín tomó la flor con cuidado, sintiendo que de alguna manera, el gesto lo reconfortaba. Continuaron su camino y de repente, se encontraron con un pequeño arroyo.
"Mirá, podemos hacer un barquito con la corteza de este árbol y soltarlo en el agua."
Lucas cortó una pieza de corteza y la moldearon juntos. Al soltar el barco, Martín se dio cuenta de que, aunque la tristeza seguía allí, había cosas que valían la pena disfrutar.
Cuando llegaron a la cima de la montaña, el viento soplaba fuerte y fresco. Desde allí, pudieron ver todo el pueblo, y algo en el aire hizo que Martín se sintiera un poco más ligero.
"¿Ves, Martín? La vida a veces es como este viento, ¿no? Llega y se va, pero siempre vuelve a soplar."
Martín miró al horizonte y sonrió.
"Tenés razón, Lucas. Tal vez mi mamá esté en algún lugar, cuidándome como siempre."
Bajaron de la montaña y decidieron ir a la plaza del pueblo. Allí, habían organizado una feria. Mientras recorrían los stands, Martín se topó con un grupo de niños que estaban pintando un gran mural.
"¿Puedo unirme?" - preguntó Martín con ilusión.
Los niños le dieron la bienvenida y comenzaron a pintar juntos. Martín pintó una hermosa flor, recordando a la anciana que había conocido en el camino. Al final del día, el mural estaba lleno de colores, risas y un sentimiento de unión.
"Este mural es un homenaje a nuestras historias, incluidas las que queremos y que nos hacen falta" - dijo una de las niñas.
Martín sonrió y se sintió parte de algo más grande.
Cuando regresó a casa, sintió que algo había cambiado en él. Aunque su madre seguía ausente, había aprendido que el amor perdura en cada recuerdo y que siempre hay maneras de conectar con ese amor. Al ver la flor dentro de su casa, sabía que no estaba solo.
Esa noche, al mirar las estrellas, comprendió que su madre siempre estaría presente en su corazón.
"Te quiero, mamá" - susurró Martín, aliviado, y con una nueva esperanza en su interior.
FIN.