El Viaje de Martín al Puerto de Chancay
Había una vez un niño llamado Martín que vivía en un pequeño pueblo cerca del mar en Perú. A Martín le encantaba ver los barquitos pesqueros y escuchar las historias de los pescadores sobre el gran Puerto de Chancay.
Un día, mientras estaban en la playa, Martín se acercó a Don Pedro, un anciano pescador que siempre tenía una sonrisa en el rostro.
"Don Pedro, ¿me podría contar cómo es el Puerto de Chancay?" - preguntó Martín con ojos brillantes.
"Ah, Martín, el Puerto de Chancay es un lugar maravilloso. Allí hay enormes peces, barcas de colores y un mercado lleno de vida" - respondió Don Pedro con entusiasmo.
Aquel relato encendió la curiosidad de Martín. Desde ese día, soñaba con conocer el puerto. Pasaron los días y Martín decidió que debía hacer un viaje a Chancay. Sin embargo, su madre no estaba segura de que fuera una buena idea.
"Pero mamá, quiero ver los barquitos y aprender sobre la pesca. ¡Puedo ayudar a los pescadores!" - insistió Martín.
"Está bien, pero debes tener cuidado y volver antes de que anochezca" - concedió su madre.
Con el corazón rebosante de emoción, Martín empacó una pequeña mochila con comida y su cuaderno de dibujos. Al día siguiente, partió hacia el Puerto de Chancay. El camino era largo y Martín se encontró con muchos desafíos en el trayecto.
Primero, tuvo que cruzar un pequeño río. Al principio dudó, pero decidió usar su ingenio. Buscó algunas piedras robustas y, con cuidado, logró cruzar sin mojarse.
"¡Lo hice!" - exclamó, saltando de alegría.
Luego, se encontró con un grupo de jinetes que atravesaba la senda. Uno de ellos, un niño llamado Lucas, lo saludó.
"¿Adónde vas, amigo?" - le preguntó Lucas.
"Voy al Puerto de Chancay a ver los barquitos" - respondió Martín.
"Yo también voy hacia allí. ¡Te acompaño!" - dijo Lucas emocionado.
Juntos, continuaron su aventura. Mientras caminaban, conversaban de sus sueños y anhelos. Martín le contó a Lucas sobre su amor por la pesca, mientras que Lucas compartía su deseo de convertirse en un gran jinete.
Pero a medida que avanzaban, el cielo se nubló y comenzó a llover. Martín sintió una punzada de preocupación.
"¿Qué hacemos ahora?" - preguntó Martín angustiado.
"No hay que rendirse. Busquemos un refugio y esperemos a que pare" - sugirió Lucas con una sonrisa optimista.
Encontraron una cueva cercana donde se refugiaron y compartieron sus meriendas. Allí, Lucas sacó un libro que su padre le había regalado sobre la fauna marina.
"Mirá, Martín. ¡Hay tantas criaturas que vivirán en el mar cerca del puerto!" - comentó Lucas, señalando una ilustración de un pez payaso.
Martín sonrió; la lluvia había desaparecido y la amistad había surgido en la cueva. Tras un rato de charla y risas, decidieron salir. El sol volvía a brillar y el camino hacia el puerto se veía más claro.
Finalmente, después de muchas aventuras y risas, Martín y Lucas llegaron al Puerto de Chancay. Era increíble, lleno de colores, sonidos y sabores. Los pescadores trabajaban con alegría y las barcas navegaban en el mar.
"¡Mirá, Martín!" - exclamó Lucas, señalando a un barco que traía una gran red con pescados.
Martín, fascinado, empezó a explorar todo. Se acercó a un grupo de pescadores.
"Perdonen, ¿puedo ayudarles?" - preguntó con inocencia.
Los pescadores lo miraron y se rieron.
"Claro que sí, chiquito. Necesitamos manos jóvenes como las tuyas" - dijo uno de ellos.
Con alegría, Martín ayudó a desenganchar las redes y aprendió de los secretos de la pesca. La tarde pasó volando. Cuando el sol comenzó a ocultarse, sabía que tenía que regresar.
"¡Gracias por todo!" - le gritó a los pescadores, con el corazón lleno de felicidad.
Martín y Lucas comenzaron su viaje de vuelta.
"Hoy fue un día increíble, Martín. ¡Deberíamos volver el próximo mes!" - sugirió Lucas.
"Definitivamente, voy a contarle a todos sobre esto. ¡La pesca es mágica!" - respondió Martín entusiasmado.
Así, con la promesa de regresar, los amigos se despidieron del Puerto de Chancay. Al llegar a casa, Martín encontró a su madre esperándolo ansiosa.
"¡Mamá, fue un día increíble! Aprendí tanto y conocí a nuevos amigos. ¡Voy a ser pescador como Don Pedro!" - exclamó.
Y desde ese día, cada vez que miraba al mar, sabía que en su corazón siempre tendría un pedacito del Puerto de Chancay y las maravillosas aventuras que allí encontró.
FIN.