El viaje de Mauricio


Había una vez un niño llamado Mauricio, quien vivía en un pequeño pueblo costero. A pesar de estar rodeado de hermosas playas y el sonido relajante del mar, Mauricio tenía un gran miedo al agua.

No podía ni siquiera acercarse a la orilla sin que su corazón latiera con fuerza y sus manos sudaran frío. Un día, su abuelita, Doña Rosa, decidió llevarlo a pasear por la playa.

Mauricio estaba nervioso ante la idea de enfrentarse a su mayor temor, pero confiaba en su abuelita más que en nadie en el mundo. Al llegar a la playa, Doña Rosa le tomó la mano con cariño y lo llevó lentamente hacia el mar.

Las olas rompían suavemente en la orilla y las gaviotas volaban sobre sus cabezas. Mauricio cerraba los ojos con fuerza, sintiendo el miedo apoderarse de él. "Tranquilo, mi amor", dijo Doña Rosa con voz calmada.

"El mar es hermoso y no te hará daño". Mauricio respiró hondo e intentó controlar su ansiedad. Poco a poco, fue abriendo los ojos y mirando el horizonte azul frente a él. La brisa marina acariciaba su rostro y el sol calentaba su piel.

"¿Ves, Mauricio? El mar es como un gigante amable que nos invita a descubrir sus secretos", dijo Doña Rosa con una sonrisa. Mauricio se sintió reconfortado por las palabras de su abuelita y decidió dar un paso adelante.

Lentamente, comenzaron a caminar por la orilla, sintiendo la arena húmeda bajo sus pies descalzos. De repente, vieron algo brillante entre las olas: era una estrella de mar varada en la orilla. Mauricio se agachó para reagarrarla y observarla detenidamente.

"¡Mira qué hermosa es!", exclamó emocionado. Doña Rosa le explicó que las estrellas de mar eran criaturas fascinantes que vivían en el fondo del mar y cumplían un papel importante en el ecosistema marino.

Esa experiencia cambió por completo la percepción de Mauricio sobre el mar. Ya no lo veía como algo amenazante, sino como un mundo lleno de vida y belleza por descubrir. Desde ese día, Mauricio visitaba la playa regularmente junto a su abuelita.

Se convirtió en un experto cazador de tesoros marinos: almejas coloridas, caracolas misteriosas y alguna otra estrella varada eran parte de sus hallazgos habituales.

Y así, gracias al amor incondicional y la paciencia de su abuelita Doña Rosa, Mauricio superó su miedo al mar para convertirse en un verdadero amante del océano.

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