El viaje de Mishi en busca de su esencia



Había una vez en un barrio muy tranquilo de Buenos Aires, un gato llamado Mishi. Mishi era curioso y siempre estaba buscando nuevas aventuras.

Un día, mientras paseaba por las calles del barrio, se detuvo frente a un espejo que había en una tienda de antigüedades.

Se quedó mirándose fijamente en el espejo y comenzó a preguntarse: "¿Quién soy yo realmente? ¿Qué es la identidad?" Estas preguntas lo inquietaron tanto que decidió emprender un viaje para encontrar respuestas. Así, Mishi partió en busca de la sabiduría y se encontró con personajes muy especiales en su camino. El primero fue Don Búho, un viejo sabio que vivía en el bosque cercano.

"Hola, Don Búho", saludó Mishi con entusiasmo. "Estoy buscando respuestas sobre mi identidad. ¿Puede ayudarme?"El búho lo miró con ternura y le dijo: "La identidad no se encuentra afuera, sino adentro tuyo. Es lo que te hace único y especial.

Debes escuchar a tu corazón para descubrir quién eres realmente". Mishi siguió viajando y llegó a la casa de Doña Tortuga, una anciana lenta pero muy sabia. "Doña Tortuga, necesito saber qué es la identidad", le dijo Mishi con ansias.

Ella sonrió y le respondió: "La identidad es como tu caparazón, algo que te protege pero también te muestra al mundo tal como eres. No temas ser quien eres realmente".

Con estas palabras resonando en su mente, Mishi continuó su travesía hasta llegar al río donde conoció a Mateo el Pez. "Mateo, ¿tú sabes qué es la identidad?", preguntó Mishi intrigado.

El pez nadaba felizmente y le contestó: "Para mí, la identidad es saber nadar contra corriente cuando todos siguen el mismo rumbo. Es ser fiel a tus colores y nunca dejar de brillar".

Después de aprender tanto de estos personajes tan singulares, Mishi finalmente entendió que la identidad no era algo estático o definido por otros; era algo vivo y cambiante dentro de él mismo.

Regresó al barrio con una nueva perspectiva y se dio cuenta de que su verdadera identidad estaba en su valentía para explorar el mundo, en su cariño hacia los demás animales del vecindario y en su espíritu juguetón e inquieto. Desde entonces, Mishi vivió cada día siendo fiel a sí mismo y compartiendo sus enseñanzas con quienes quisieran escucharlas.

Y así demostraba que conocerse a uno mismo era el mayor regalo que podía recibir cualquier ser vivo.

FIN.

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