El Viaje de MONAIN a Belén



Había una vez un niño llamado Monain, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y campos verdes. Con su corazón lleno de bondad, Monain siempre estaba listo para ayudar a los demás. Una mañana, mientras paseaba por la plaza, escuchó a dos ancianos hablando animadamente sobre un milagro que había sucedido en Belén, el nacimiento de un niño muy especial.

"Dicen que este niño traerá esperanza a todos los pueblos", comentó el abuelo Pedro.

"¿Cómo podemos ayudar a ese niño?", preguntó la abuela Clara, con ojos brillantes.

Monain, emocionado, decidió que él quería ser parte de algo tan hermoso. "¡Voy a seguir el camino hacia Belén y hacer algo bueno en cada pueblo que encuentre!", exclamó, decidido.

Así, tras despedirse de su familia, Monain comenzó su viaje. El primer día llegó a una aldea donde vio a un grupo de niños llorando.

"¿Qué les pasa?", preguntó Monain.

"No tenemos juguetes para jugar", respondieron.

Monain recordó un pequeño trompo que había hecho con su papá. Así que, se lo dio a los niños. Su rostro se iluminó con sonrisas y juegos.

"¡Gracias, Monain!", gritaron felices y empezaron a girar el trompo corriendo.

Al caer la noche, Monain se acurrucó en un rincón, satisfecho de haber brindado un momento de alegría. Al amanecer, siguió su camino y en la siguiente aldea, vio a una mujer limpiando la entrada de su casa que estaba cubierta de hojas.

"¿Puedo ayudarte?", preguntó Monain.

"Oh, eso sería maravilloso!", dijo la mujer, sonriendo.

Juntos, recogieron las hojas y luego la mujer le preparó una taza de chocolate caliente. Monain se sintió feliz de haberla ayudado y disfrutó de su merecido premio.

En el tercer día, Monain llegó a una aldea donde una familia tenía sus caballos atados, listos para ir a la ciudad.

"¿Puedo ayudarles a preparar a sus caballos?", ofreció Monain.

"¡Oh, gracias, joven!", respondió el padre de familia. "Nos vendría muy bien una mano".

Monain los ayudó, dándoles de comer a los caballos y cepillándolos. Al final, cuando la familia se despidió, le ofrecieron a Monain una bolsa de manzanas.

"Tómalas, son para agradecerte".

Día tras día, Monain fue sembrando bondad. Ayudó a una anciana a cruzar la calle, deshierbó el jardín de un vecino, y hasta organizó una pequeña fiesta con los niños de otra aldea. Su viaje, lleno de pequeños actos de amor, llegó al séptimo día, cuando avistó las luces de Belén.

"¡Ya estoy aquí!", gritó Monain, lleno de emoción.

Cuando finalmente llegó a Belén, la gente se movía de un lado a otro, apurada y abrumada por la noticia del nacimiento del niño. Monain escuchó risas y música, pero lo que más le impresionaba era la paz que sentía en ese lugar.

"¡Ahhh, ahí tienes al niño!", gritó un pastor.

Monain, lleno de alegría, se acercó con una bolsa de manzanas en su mano. Cuando llegó a la cuna, se sorprendió al ver al niño que sonreía.

"Hola, pequeño. Vengo de lejos y he tratado de hacer tu camino un poco más brillante!", le dijo Monain, arrodillándose.

Para su asombro, el niño le sonrió con ternura. Era como si entendiera todo lo que había hecho.

"Tus buenas obras son el mejor regalo que puedes dar", parecía decirle con su mirada.

Monain se sintió lleno de calor y felicidad. No necesitaba más regalitos ni cosas, porque el más grande de todos era la sonrisa de ese niño.

Al final del día, Monain regresó a casa, su corazón repleto de alegría. Desde entonces, cada vez que alguien le preguntaba por Belén, él sonreía y decía: "Fue un viaje lleno de amor. Hacer el bien es el mejor camino".

Y así, Monain no solo llegó a Belén, sino que también entendió que la bondad puede iluminar el camino de los demás, haciendo de este mundo un lugar mejor para todos.

FIN.

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