El Viaje de Myrna y los Colores de Puerto Rico
En una pequeña isla del Caribe llamada Puerto Rico, vivía una niña llamada Myrna. Myrna no era una niña común, pues tenía un don especial: ella podía ver los colores del mundo como si fueran luces que danzaban a su alrededor. Los colores no solo eran bellos para ella, sino que contaban historias maravillosas sobre la naturaleza.
Un día, mientras jugaba en la playa, Myrna encontró un pincel misterioso escondido entre las conchas. Intrigada, lo levantó y sintió que vibraba en sus manos. "¿Qué será esto?"-, se preguntó, y al instante comenzó a dibujar en la arena. Con cada trazo, los colores comenzaron a cobrar vida.
"¡Mira, Myrna!"-, gritó su amigo Diego, al ver lo que estaba sucediendo. "Los colores están saltando de la arena al aire!"-
"¡Sí! ¡Es como si la naturaleza quisiera contarme sus secretos!"-, exclamó Myrna, asombrada.
Decidieron llevar el pincel a la casa de la abuela de Myrna, que siempre sabía sobre cosas mágicas. La abuela, con su sabiduría, les explicó que el pincel pertenecía a los Guardianes del Color, seres mágicos que mantenían el equilibrio de todos los matices en la isla.
"Si logras devolver el pincel a los Guardianes, te concederán un deseo"-, les dijo la abuela. "Pero ten cuidado, el viaje puede ser peligroso y habrá pruebas que deberán superar"-.
Emocionados, Myrna y Diego emprenden su aventura hacia el corazón de la isla. Mientras caminaban, se encontraron con un río de aguas cristalinas.
"¿Cómo cruzamos?"-, preguntó Diego, observando la corriente.
Myrna miró alrededor y, de pronto, los colores de sus dibujos empezaron a brillar. "¡Puedo usar mis colores para crear un puente!"-
Con su pincel, Myrna pintó un hermoso arcoíris que se extendía sobre el agua. "¡Vamos!"-, gritó, y juntos cruzaron el puente de colores, riendo llenos de alegría.
Después, llegaron a un bosque encantado. Allí, los árboles parecían susurrar secretos. Pero, de repente, un viento fuerte comenzó a soplar y levantó los colores del suelo, llevándolos lejos.
"¡Oh no!"-, gritó Diego. "¿Cómo vamos a recuperar los colores?"-
Myrna pensó rápido. "Si los colores son parte de la isla, tal vez ellos quieran regresar a casa. Vamos a crear un nuevo dibujo, algo que les muestre caminos a seguir"-.
Myrna usó su pincel para dibujar un gran sol que brillaba en el cielo y una montaña verde. Con cada símbolo, los colores comenzaron a volver, como si estuvieran respondiendo a su llamado.
Finalmente, después de muchas aventuras, llegaron a la cueva donde vivían los Guardianes del Color. Al entrar, el ambiente estaba iluminado por una luz mágica.
"Bienvenidos, pequeños viajeros"-, dijo el Guardián mayor, un ser hecho de luces y sombras. "Han demostrado gran valentía y creatividad en su viaje"-.
Myrna, asombrada, levantó el pincel. "Lo encontramos en la playa y queremos devolverlo. Pero no queremos un deseo para nosotros, queremos que los colores de nuestra isla sigan vivos y brillantes"-.
El Guardián sonrió. "Sabía que ustedes eran especiales. Gracias por cuidar de nuestros colores. Por eso, ahora Puerto Rico será más vibrante y lleno de vida"-.
Y así, como un regalo, el Guardián les dio a Myrna y Diego un pequeño frasco lleno de polvo de arcoíris. "Cada vez que sientan que la isla necesita más color, usen esto para esparcir alegría"-.
Al regresar a casa, Myrna y Diego entendieron que los colores eran la esencia de la vida; que cada uno tenía su propio lugar en el mundo. Con su nuevo poder, comenzaron a compartir su magia con la isla, trayendo alegría a cada rincón.
"Myrna, nuestra aventura ha sido increíble"-, dijo Diego, sonriendo. "¿Quién diría que el arte y la naturaleza podrían unirse así?"-
"Lo mejor está por venir, Diego"-, respondió Myrna, mientras miraba el atardecer lleno de colores vibrantes.
Desde ese día, Myrna y Diego se convirtieron en los guardianes de los colores de Puerto Rico, llenando la isla de arte, naturaleza y mucha felicidad. Y el pincel mágico asumió un lugar especial en sus corazones, recordándoles que el verdadero poder de la creatividad reside en compartirlo con el mundo.
FIN.