El Viaje de Nicolás y su Castillo de Arena



Era un hermoso día de verano y Nicolás, un niño de diez años, estaba encantado porque iba a hacer un viaje con su familia a la playa. "¡Genial! Vamos a construir el castillo de arena más grande del mundo!" exclamó con entusiasmo.

El viaje comenzó con música divertida y juegos en el auto. Nicolás miraba por la ventana con los ojos llenos de sueños sobre su castillo. Cuando llegaron a la playa, el aire fresco y el sonido de las olas lo hicieron sentir como si estuviera en un cuento de hadas. La playa estaba llena de gente, lo que lo hacía sentir un poco abrumado. "¿Dónde empezar?", se preguntó mientras veía la multitud.

"Vamos a buscar un lugar tranquilo para comenzar nuestro castillo, así podremos concentrarnos bien", sugirió su mamá. Nicolás asintió, y juntos caminaron hacia un rincón más apartado donde había menos personas.

La primera hora fue pura diversión. Estaban entretenidos, recogiendo arena y agua para hacer la mezcla perfecta. "Mirá, mamá, ¡está quedando increíble!" dijo Nicolás, mientras le daba forma a la torre principal. Sin embargo, al cabo de un rato, comenzaron a sentir cansancio. La arena parecía más pesada y las olas rompían un poco más cerca de su obra maestra.

"¿Qué te parece si descansamos un momento y buscamos algo de comer?", propuso su papá, quien estaba sentado en la arena, observando la escena. Nicolás, aunque un poco desilusionado por tener que interrumpir su construcción, aceptó.

Cuando se dirigieron a la sombrilla para picar algo, Nicolás vio a algunos chicos jugando frisbee y corriendo. "Ojalá pudiera jugar un rato...", pensó, sintiéndose un poco aburrido. Pero en ese momento, su mamá le dijo: "Mirá, Nicolás, mientras comemos, podemos ver cómo otros se divierten. Tal vez te den ganas de unirte a ellos después."

"Es verdad...", le respondió Nicolás, mientras masticaba su sándwich. Al terminar, tuvo una idea. "¿Y si hacemos un concurso de castillos de arena con los chicos del frisbee? Podríamos invitar a ellos a unir fuerzas para hacer el castillo más grande y hermoso del mundo. Eso sí suena divertido!".

Los ojos de sus padres brillaron de emoción. "¡Esa es una gran idea!", dijo su papá. Así que Nicolás corrió hacia el grupo de niños. "Hola, chicos, ¿quieren unirse a nosotros para hacer un castillo de arena gigante?". Los niños lo miraron emocionados. "¡Sí, claro! ¡La mejor idea!", respondieron al unísono.

Mientras construían juntos, Nicolás se dio cuenta de que aunque al principio se sintió un poco aislado en la multitud, ahora se sentía parte de algo más grande. Usaron conchas, palas, cubos, todo lo que encontraron. "¡Vamos! ¡Todavía nos queda tiempo antes de que baje la marea!" gritó uno de los nuevos amigos.

Sin embargo, justo cuando pensaban que habían terminado, una ola grande se acercó. "¡Cuidado!", gritó uno de los chicos. Todos corrieron hacia atrás, pero parte de su obra maestra fue arrasada por el mar. Nicolás se quedó mudo por un momento, sintiendo un nudo en la garganta. Pero rápidamente, un niño se acercó a él y le dijo: "No te preocupes, podemos hacerlo otra vez, es solo arena. Lo que cuenta es que nos divertimos, ¿no?".

Nicolás se dio cuenta de que sí, se estaban divirtiendo. "¡Tenés razón! ¡Vamos a hacer un castillo nuevo!" dijo con renovada energía. Y esta vez, incorporaron ideas de todos. Cada uno aportó algo diferente: una torre más alta, una fosa con agua y hasta un puente.

Finalmente, el castillo fue aún más impresionante. Miraron su obra y se sintieron como verdaderos arquitectos de arena. "¡Lo hicimos! ¡Es mucho mejor que el primero!" gritaron todos, saltando de alegría. Nicolás sonrió, sintiéndose satisfecho y agradecido.

Cuando se fue la multitud y el sol comenzó a ocultarse, Nicolás miró el mar y pensó: "Aunque al principio estaba un poco aburrido y la multitud me asustaba, disfruté cada minuto de este día. Necesitábamos descansar para hacer un gran plan. Pero me alegra haberme atrevido a invitar a otros a unirse. ¡El viaje fue todo lo que soñé!".

Esa noche, Nicolás se durmió con una sonrisa, soñando con castillos y aventuras por venir. No sólo había aprendido sobre la arena, sino también sobre la amistad y la diversión al compartir momentos con otros. Había descubierto que a veces lo inesperado puede ser la mejor parte del viaje.

FIN.

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