El Viaje de No Llores Madrecita



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Alegría, donde vivía una mamá gallina llamada Clara y su único pollito, Pipo. Clara era una gallina muy dedicada y siempre cuidaba a Pipo con mucho amor. Sin embargo, Pipo tenía sus propios sueños y quería aventurarse más allá del gallinero.

Un día, mientras Clara picoteaba granos en el suelo, Pipo se acercó a ella con una mirada decidida.

"Mamá, hoy quiero ir al bosque a explorar. Quiero conocer el mundo más allá de nuestra casa."

Clara se preocupó y respondió:

"Pero, Pipo, el bosque puede ser peligroso. Es mejor quedarte aquí, donde estás seguro."

Pipo, con su espíritu intrépido, insistió:

"Pero mamá, necesito descubrir cosas nuevas. Prometo cuidar de mí."

Clara se sintió triste al pensar en la idea de dejar ir a su pequeño, pero sabía que a veces los sueños eran más fuertes. Al final, decidió que lo mejor era apoyarlo.

"Está bien, hijo. Pero debes estar siempre alerta y regresar antes de la puesta del sol."

Pipo saltó de alegría y se despidió de su mamá.

"¡Gracias, mami! No te preocupes, seré responsable."

Y así, Pipo salió en su aventura al bosque. Cuando llegó, se sorprendió por lo hermoso que era todo. Árboles altos, flores de colores y el canto de los pájaros lo rodeaban.

Mientras exploraba, se encontró con un grupo de animales que jugaban y se divertían. Un conejo llamado Tito se acercó a él.

"¡Hola, gallito! ¿Quieres jugar con nosotros?"

Pipo respondió emocionado:

"¡Sí, claro! Soy Pipo y vengo del gallinero."

Los animales jugaron todo el día. Pero conforme pasaba el tiempo, Pipo comenzó a perder la noción de la hora.

Al caer la tarde, recordó la advertencia de su mamá. Asustado, dijo:

"¡Oh no! Tengo que regresar al gallinero, es tarde."

Los animales lo miraron preocupados.

"Pero, Pipo, no tiene que ser ahora. Todo está bien aquí."

Pipo, todavía pensando en su madre, respondió:

"No puedo quedarme, ella debe estar preocupada. Debo irme."

Así que, corriendo, Pipo se despidió de sus nuevos amigos y emprendió su camino de regreso. Aunque se sentía feliz por haber conocido algo nuevo, también sentía una tristeza profunda al pensar en su madre.

Cuando finalmente llegó al gallinero, Clara estaba en la puerta mirándolo con preocupación.

"¡Pipo! ¡Estuve tan preocupada por vos! No llores madrecita, estoy aquí."

Clara, aliviada, abrazó a su pequeño. No había lágrimas, solo sonrisas.

"¿Te divertiste, hijo?"

Pipo le contó todas sus aventuras y cómo había jugado con los animales del bosque. Clara, al escuchar su relato, sonrió.

"Me alegra saber que te divertiste, pero debes recordar que siempre es importante volver a casa. La aventura es hermosa, pero la familia es lo más importante."

Pipo asintió y, lleno de amor, prometió que siempre volvería a casa. Así, Pipo entendió que aunque los caminos del mundo son maravillosos, nunca hay que olvidar el calor del hogar.

Desde entonces, exploró siempre pero regresando a casa, donde su mamá lo esperaba con una rica cena y muchas historias que contar. Y así, un lazo aún más fuerte se formó entre madre e hijo, lleno de aventuras y enseñanzas.

Y cada vez que Pipo emprendía un nuevo viaje, solo le decía a su madre:

"No llores, madrecita. Siempre volveré."

Y Clara, con una sonrisa en el rostro, siempre respondía:

"Eso espero, hijo. Tu aventura siempre será una parte maravillosa de nuestro hogar."

FIN.

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