El Viaje de Oliver



Oliver era un chico adolescente que, a pesar de su juventud, llevaba en su corazón una tristeza profunda. Había pasado un tiempo desde que su madre, su padre y su hermanita menor, Clara, habían tenido un trágico accidente. Desde entonces, su vida cambió para siempre. A menudo se sentaba en su habitación, viendo por la ventana mientras los recuerdos más felices danzaban en su mente.

Un día, mientras miraba al cielo nublado, decidió salir a pasear. - 'Quizás un poco de aire fresco me ayude', pensó. Al caminar por el parque, vio a un grupo de niños jugando a la pelota y riendo. Aunque el bullicio le traía un nudo en la garganta, seguía adelante.

De repente, tropezó con algo en el suelo. Era una pequeña parte de un objeto dorado, brillante. Lo levantó y descubrió que era un medallón con una imagen de un árbol en él. - '¿Quién habrá perdido esto?', se preguntó en voz alta. En ese momento, una niña se acercó.

- 'Lo encontraste', dijo la niña, con una cara risueña. - 'Este medallón es especial. Mi abuela siempre decía que los árboles son como las familias, siempre están juntos, aunque a veces no los veamos.'

Las palabras de la niña hicieron eco en su corazón. Oliver, que siempre había sentido que la ausencia de su familia era un vacío insuperable, comenzó a entender que, de alguna manera, su familia siempre estaría con él.

- '¿Cómo te llamás?', le preguntó.

- 'Soy Ana. Y tú, ¿qué te pasa? Parecés pensativo.'

Oliver decidió abrirse. - 'Perdí a mi familia hace un tiempo y a veces siento que ya no tengo a nadie.'

Ana lo miró con comprensión y le dijo: - 'Aunque no estén aquí, siempre llevás sus recuerdos en tu corazón. Y puedes hacer que vivan a través de vos, haciendo cosas que les gustaban.'

De repente, Oliver tuvo una idea. - 'Siempre amé pintar con mi mamá. ¿Qué te parece si organizamos una tarde de pintura en el parque? Así podremos recordar y compartir cosas lindas.'

Ana sonrió. - '¡Me encanta la idea! Invitemos a más amigos. Todos tenemos historias que contar.'

Esa tarde, los dos chicos se pusieron manos a la obra. Crearon carteles y comenzaron a invitar a otros niños. El día de la pintura, el parque se llenó de risas y colores. Cada trazo de pintura que Oliver hacía era como un abrazo a su familia.

- 'Mirá, este es el árbol que plantamos el verano pasado', le dijo a Ana mientras le mostraba un cuadro.

- 'Es hermoso, Oliver. ¿Y por qué no pintás un árbol grande y hermoso? Es un símbolo de lo que significa la familia.'

Oliver asintió, sintiendo que las palabras de Ana resonaban en él. Comenzó a pintar un árbol radiante, lleno de colores vibrantes. En su mente, veía a su madre, su padre y a Clara sonriendo, disfrutando del momento.

La tarde se llenó de alegría y amor. Oliver se dio cuenta de que sus recuerdos no eran solo cosas tristes; eran parte de lo que lo hacía ser quien era. Después de la actividad, sintió que un peso se había levantado de sus hombros.

- 'Gracias, Ana. Me hiciste ver que aunque no estén aquí físicamente, mi familia vive en mí', le dijo Oliver con una sonrisa.

- 'Siempre estarás rodeado de ellos si los recordás con amor', respondió Ana, mientras miraban su obra maestra.

Y así, Oliver aprendió que el dolor puede transformarse en algo hermoso y que los recuerdos son una forma poderosa de mantener viva la memoria de aquellos que amamos. Comenzó a crear sus propias historias, pintando no solo con colores, sino desde su corazón, porque en cada trazo había una parte de su familia que nunca se iría.

FIN.

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