El Viaje de Omela hacia la Luz
Había una vez en un país lejano un lugar llamado Omela. Era una ciudad hermosa, llena de ríos relucientes, campos verdes y sonrisas en los rostros de sus habitantes. Sin embargo, en el fondo de la ciudad, había un niño llamado Tino que vivía encerrado en un oscuro sótano. Todos en Omela sabían de él, pero la vida seguía, alegre y despreocupada.
Un día, mientras los niños jugaban en el parque bajo el brillante sol, una niña llamada Lila se acercó a sus amigos.
"¿No les parece raro que Tino no pueda jugar con nosotros?" - preguntó, mirando al grupo.
"Sí, pero no podemos hacer nada al respecto" - respondió Tomás, encogiéndose de hombros.
"¡Pero sí podemos! Vamos a hablar con los adultos" - propuso Lila con determinación.
Los niños decidieron visitar a la anciana Sofía, la más sabia de Omela. Cuentan que había visto el paso del tiempo y sabía mucho sobre la vida.
"Queremos saber sobre Tino y por qué vive solo en ese sótano" - dijeron todos juntos.
Sofía los miró con cariño y les explicó: "Tino fue dejado allí porque se cree que su sufrimiento es necesario para que todos en Omela sean felices. Pero, en verdad, eso no es justo. La felicidad no puede basarse en la tristeza de otro".
Los niños se miraron entre sí, sorprendidos. Lila tuvo una idea brillante. "¿Y si llevamos a Tino a un viaje? Podría descubrir lo hermosa que es la vida lejos del sótano".
La anciana sonrió y asintió. "Eso sería un buen comienzo. Pero deben estar dispuestos a cambiar lo que han conocido".
Con el apoyo de Sofía, los niños idearon un plan. Durante una semana, se prepararían para una gran aventura que les llevaría más allá de la ciudad. Establecieron una reunión y, esa misma semana, llegaron a cada hogar de Omela para hablar del viaje.
"Queremos llevar a Tino a conocer el mundo, lo necesitamos con nosotros. Su libertad debe ser una realidad" - explicaron los niños a sus padres.
Al principio, los adultos dudaron, pero Lila añadió: "No puede ser que nuestra alegría dependa de la tristeza de otro. Prestemos atención a lo que realmente importa". La pasión y la convicción de los niños fueron contagiosas y, poco a poco, los adultos comenzaron a entender.
Finalmente, todos en Omela decidieron ayudar. Con amor y solidaridad, construyeron cestas llenas de víveres, juguetes y, sobre todo, mucha esperanza para Tino.
El gran día llegó. Los niños, con mapas en mano y sonrisas en las caras, se acercaron al sótano y llamaron a Tino. Cuando él salió, sus ojos se abrieron como platos al ver el bullicio.
"¿Qué sucede?" - preguntó tímidamente.
"¡Tino, vamos a un viaje! ” - gritaron todos a coro. "Nos vamos a conocer el mundo y queremos que seas parte de ello".
Tino miró a su alrededor, sintiéndose abrumado. "¿Yo?" - preguntó con incredulidad.
"Sí, ¡tú!" - dijo Lila, tomando su mano. "La felicidad de Omela no es verdadera si no puedes compartirla".
Y así, el grupo partió hacia una aventura increíble. Descubrieron los colores del atardecer en las montañas, el aroma de las flores en el campo y el sonido de las olas en la playa. Tino se rió con sus nuevos amigos, sintiéndose libre y amado.
En los días que siguieron, todos se dieron cuenta de que, al compartir la alegría y la esperanza, su propio espíritu comenzaba a brillar más intensamente. Así, los habitantes de Omela encontraron que su ciudad renacía, formándose como un lugar donde todos eran parte de la felicidad.
De regreso en la ciudad, el caso de Tino se convirtió en un símbolo de cambio. "A partir de ahora, todos en Omela tienen derecho a ser felices, sin excepciones" - proclamó Sofía, alzando su voz.
Los habitantes, ahora más unidos, decidieron construir un espacio especial donde todos pudieran compartir risas y sueños, recordando siempre que la verdadera felicidad se basa en el amor y la solidaridad.
Y así, Omela floreció, no solo como un lugar hermoso, sino como un hogar donde cada niño, cada adulto, y cada rincón era testimonio de que la felicidad de uno era la alegría de todos.
FIN.