El Viaje de Paleolítica



Era una mañana soleada cuando Paleolítica, una joven de la época de las cavernas, decidió salir de su hogar en busca de nuevos frutos y aventuras. Con sus pieles de animales, cabello desordenado y un hueso en el cabello, arrastraba un cesto lleno de deliciosas bayas y raíces. Sin embargo, mientras avanzaba por el bosque, se encontró con algo extraño.

- (Con desconfianza) ¿Qué es este lugar? - se preguntó Paleolítica, mirando a su alrededor con asombro. En lugar de su habitual bosque lleno de árboles y animales, se encontraba frente a una ciudad bulliciosa, llena de luces y sonidos que nunca había oído antes.

- ¡Mirá, un ser salvaje! - exclamó un niño que jugaba con una pelota. Los otros niños se acercaron, curiosos.

- (Con un gesto de alarma) ¡No me acerquen! - gritó Paleolítica, retrocediendo unos pasos, sosteniendo su cesto con fuerza.

Los niños, emocionados, se miraron entre sí.

- (con voz suave) No tienes de qué asustarte. - dijo una niña llamada Lila, que se había adentrado un poco más que los demás. - Este lugar es nuestro hogar. Aquí compartimos, jugamos y aprendemos juntos.

Paleolítica seguía sin entender.

- (mirando su cesto) Solo busco frutos... - murmuró.

- (sonriendo) También podemos ayudarte con eso. - dijo un niño llamado Tomás. - ¿Te gustaría ver nuestro mercado? Tenemos muchas frutas que seguramente no has visto antes.

Intrigada, Paleolítica decidió seguirlos. Pasearon por las coloridas calles llenas de aromas y risas. En el mercado, había frutas de todos los tamaños y colores, algunas que nunca había imaginado.

- (deslumbrada) ¡Nunca he visto algo así! - exclamó, tocando una fruta que brillaba como un sol.

- (riendo) Eso es un kiwi. ¡Es delicioso! - dijo Lila. - ¿Te gustaría probarlo?

Paleolítica asintió con timidez. Después de probarlo, su rostro se iluminó.

- (entusiasmada) ¡Es increíble! No sabía que los frutos podían ser tan variados.

- (sonriendo) A veces es bueno salir de nuestra zona de confort y conocer cosas nuevas. - comentó Tomás.

Mientras Paleolítica se iba adaptando a este nuevo lugar, los niños le enseñaron muchos juegos y canciones de su cultura. Ella les hablaba de las cacerías y las tradiciones de su gente, y los niños escuchaban con atención, fascinados por sus historias.

Un día, durante un juego, Paleolítica notó que una niña se había caído y no podía levantarse.

- (preocupada) ¡Ayuda! - gritó la niña.

Paleolítica, recordando cómo en su casa siempre ayudaban a quienes necesitaban, se acercó rápidamente.

- (con determinación) ¡Voy a ayudarte! - dijo mientras extendía su mano. Con su fuerza, logró ayudar a la niña a levantarse.

- (agradecida) ¡Gracias! - dijo la niña con una sonrisa aún con lágrimas en sus ojos.

- (sonriendo) Siempre es bueno ayudar. - respondió Paleolítica,

Los otros niños aplaudieron, y desde entonces Paleolítica se convirtió en la heroína del grupo, siempre dispuesta a ayudar y compartir lo que sabía.

Pero un día, Paleolítica comenzó a extrañar su hogar y su gente. Decidió que era momento de regresar.

- (con tristeza) Debo volver a mi hogar. - les dijo a sus nuevos amigos.

- (con comprensión) Te vamos a extrañar. - dijo Lila. - Pero siempre serás parte de nuestra familia.

Antes de partir, los niños le regalaron un hermoso colgante hecho de frutas secas como símbolo de amistad.

- (sonriendo) Prometemos que siempre seremos amigos, sin importar la distancia. - dijo Tomás.

- (con determinación) Volveré a contarles sobre mis aventuras y les traeré más frutos! - respondió Paleolítica, sintiéndose aliviada y feliz.

Regresó a su hogar, no solo con más frutos, sino también con un corazón lleno de nuevas amistades y valiosas enseñanzas. Aprendió que la curiosidad y la apertura son caminos hacia la amistad, y que siempre es importante tender la mano a otros, ya sean amigos o extraños.

Y así, Paleolítica continuó explorando el bosque, ahora con una visión más amplia del mundo, dispuesta a aprender y a compartir, mostrando que a veces, los lugares más inesperados pueden traer los regalos más valiosos.

FIN.

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