El Viaje de Pau y Miriam
Era una tarde soleada en el barrio de Villa Esperanza, donde vivían dos amigas muy especiales: Pau y Miriam. Ellas compartían muchas aventuras, pero esa tarde era diferente. Pau había encontrado un paquete misterioso en la casa de su abuela: un saco de nueces de anacardo con un mapa antiguo.
- ¡Mira lo que encontré, Miriam! - exclamó Pau, mostrando el saco brilloso.
Miriam, que era un poco más cautelosa, respondió: - ¿Y qué vamos a hacer con eso? Parece que es de hace mil años.
- ¡Vamos a investigar! Tal vez nos lleve a un tesoro escondido. - insistió Pau, con los ojos brillantes de emoción.
Después de un rato de discusión, Miriam se dejó convencer. Juntas, abrieron el mapa y descubrieron que llevaba a un lugar misterioso más allá del bosque que estaba cerca de su barrio. Sin pensarlo dos veces, se prepararon con unas galletitas, un par de anacardos y una manta, y partieron hacia su aventura.
El camino estaba lleno de sorpresas. Se encontraron con un arbusto que parecía que estaba cantando:
- ¡Hola, niñas! - dijo el arbusto con una voz melódica. - ¿Adónde van con tanto entusiasmo?
- ¡Vamos en busca de un tesoro! - respondieron al unísono Pau y Miriam, riendo.
- Oh, ¡que divertido! - sonrió el arbusto. - Pero recuerden, el verdadero tesoro no siempre es oro ni joyas. A veces, son las experiencias que compartimos.
Las amigas se miraron, dándose cuenta de que tal vez el arbusto tenía razón. Con su mochila llena de anacardos, continuaron su camino.
Al llegar al bosque, encontraron un claro perfecto para hacer un descanso. Tuvieron la idea de usar la manta como cama improvisada y disfrutaron de sus galletitas y los anacardos. Mientras comían, Pau preguntó: - ¿Qué es lo que más valoras en nuestra amistad, Miriam?
- Me gusta que siempre estamos juntas, apoyándonos. También me encanta que hacemos locuras, como esta. - contestó Miriam, sonriendo.
De repente, escucharon un ruido extraño. Era un grupo de ardillas que parecían estar peleando por una nuez.
- ¡Vamos a ayudarlas! - propuso Pau, y corrieron hacia las ardillas.
- ¡Chicas! ¿Por qué pelean? - preguntó Miriam, intentando calmar la situación.
- Es que queremos esta nuez que encontramos, pero no nos ponemos de acuerdo. - respondió una ardilla, visiblemente molesta.
Entonces, Pau y Miriam tuvieron una idea.
- ¿Por qué no compartimos nuestros anacardos? Hay muchos para todos. Así pueden hacer un rico festín en lugar de pelear. - sugirió Pau.
Las ardillas, emocionadas, aceptaron la propuesta. Las niñas comenzaron a compartir sus anacardos y pronto se generó una linda atmósfera de amistad entre todas ellas.
- ¡Gracias! - exclamó una ardilla mientras se comía un anacardo. - Esto es mejor que pelear.
Miriam sonrió y comentó a Pau: - Este es un verdadero tesoro, ¿verdad?
- Sí, el tesoro de la amistad es más valioso que cualquier oro. - asintió Pau.
Después de un rato de diversión, las ardillas les mostraron un camino secreto.
- Si siguen recto, llegarán a un lago mágico, ¡donde pueden ver su reflejo! - dijo la ardilla mayor con una sonrisa.
Pau y Miriam no podían creer su suerte. Siguieron el camino y, efectivamente, llegaron al lago. Miraron su reflejo y, además de sus rostros, vieron imágenes de las aventuras que habían compartido a lo largo de su amistad: risas, juegos, y momentos de apoyo mutuo.
- ¡Qué hermoso! - susurró Miriam. - Aquí está nuestro verdadero tesoro.
- Sí, lo es. Cada momento cuenta. - respondió Pau, uniendo su mano a la de su amiga. - Siempre que estemos juntas, siempre encontraremos aventuras.
Con sus corazones llenos de alegría y sus bolsillos completamente vacíos de anacardos, Pau y Miriam decidieron regresar a casa. Volvieron mirando al cielo, sabiendo que ese viaje no solo les había regalado un lindo recuerdo, sino también una lección valiosa sobre la amistad y la importancia de compartir.
Desde entonces, cada vez que veían un anacardo, sonreían y recordaban su mágica aventura en el bosque, sabiendo que el verdadero tesoro era su hermosa unión.
FIN.