El viaje de Qori a la tierra de los Apus
Había una vez en los Andes, en un pequeño pueblo llamado Tinkuy, vivía Qori, un niño indígena de ojos vivaces y cabellos oscuros como la noche. Qori siempre había soñado con conocer la tierra de los Apus, las majestuosas montañas que custodiaban su hogar. Un día, decidido a emprender un viaje lleno de aventuras, se despidió de su familia y partió en busca de su destino.
El camino estaba lleno de desafíos, pero el valiente Qori no se amedrentaba. Caminaba entre los bosques frondosos y los riachuelos cristalinos, escuchando el canto de los pajaritos andinos y el murmullo del viento. Durante su travesía, Qori conoció a Pachamama, la madre tierra, que le habló con su suave voz y le enseñó a respetar y amar la naturaleza.
Qori siguió su camino, enfrentando pruebas y haciendo amigos en cada rincón. En su andar, aprendió de manera mágica la importancia de la solidaridad y el respeto por la diversidad de todos los seres vivos. Las estrellas en el cielo le guiaban, y la luna le susurraba secretos ancestrales en quechua.
Tras días de viaje, finalmente llegó a la tierra de los Apus, donde las montañas se alzaban imponentes como guardianes de un tesoro ancestral. Qori se maravilló al contemplar la grandeza de aquel lugar sagrado. Allí, se encontró con Achik, un sabio anciano que le recibió con cariño y le contó historias milenarias sobre los Andes y sus habitantes. Juntos, caminaron por los caminos de antaño y llegaron a la cima de la montaña más alta, desde donde podían ver todo el esplendor de su tierra.
- ¡Pachamama nos bendice con este paisaje! - exclamó Qori, con los ojos llenos de asombro y gratitud. Achik le sonrió con ternura y le dijo:
- Sí, Qori. Recordemos siempre que somos guardianes de esta maravillosa tierra, y debemos cuidarla con amor y sabiduría. Las montañas, los ríos, los bosques y las criaturas que los habitan son parte de nosotros, y nosotros somos parte de ellos.
Con el corazón henchido de gratitud y aprendizaje, Qori regresó a Tinkuy, llevando consigo la sabiduría de las montañas y la paz del espíritu indígena. Desde entonces, él compartía con su comunidad las enseñanzas que había recibido, inspirando a otros niños y niñas a amar y respetar la naturaleza. Y esa preciada sabiduría perduró a lo largo de los tiempos, como los ríos que fluyen eternamente en la tierra de los Apus.
FIN.