El Viaje de Santiago



Había una vez un adinerado comerciante llamado Don Alberto que tenía un hijo llamado Santiago. Santiago era un joven despreocupado, que pasaba sus días jugando videojuegos y disfrutando de la vida sin pensar en el futuro.

"¿Para qué trabajar si mi papá tiene un montón de dinero?" - solía decir.

Sin embargo, un día Don Alberto, cansado de la actitud de su hijo, decidió que era hora de enseñarle una lección.

"Santiago, si no estás dispuesto a trabajar ni a esforzarte, a partir de mañana no recibirás más un solo centavo de mí" - anunció con autoridad.

Santiago, aún sin comprender la gravedad de la situación, se encogió de hombros.

"No importa, igual no quiero hacer nada" - respondió, acostumbrado a tener todo lo que deseaba.

Al día siguiente, Don Alberto cerró el grifo del dinero. Santiago, que pensaba que solo era una broma de su padre, se despertó y buscó su mesita llena de monedas y billetes, pero encontró que todo había desaparecido.

"¿Papá?" - gritó sorprendido. "¡No puede ser! Me olvidé de pedirte el dinero para el almuerzo!"

Desde su oficina, Don Alberto le respondió:

"Buscá un trabajo, Santiago. Debés aprender a ganarte lo que querés."

Santiago, un poco asustado, fue caminando a la escuela con el estómago vacío. Al pasar por un parque, vio a un grupo de chicos jugando a la pelota. Decidió unirse a ellos, pero pronto se dio cuenta de que no podía volver a casa sin comer. Cuando terminó de jugar, se despidió y ayudó a un vendedor de helados a servir a los clientes.

"¿Puedo quedarme con un helado?" - preguntó, esperando un trato.

"Claro, pero tendrás que ayudarme a vender un par de horas más" - contestó el vendedor con una sonrisa.

Así, Santiago pasó la tarde, vendiendo helados. Se dio cuenta de que podía divertirse mientras trabajaba y además, ganó unos pesos.

Al volver a casa, su padre estaba allí esperándolo.

"¿Y cómo te fue hoy?" - preguntó Don Alberto, sabiendo ya la respuesta.

"No lo puedo creer, papá. Hice unos pesos vendiendo helados. Me divertí mucho. Esto de trabajar no es tan malo después de todo" - confesó Santiago.

Don Alberto sonrió, sintiéndose orgulloso de que su hijo estuviera aprendiendo algo valioso. Desde aquel día, Santiago decidió involucrarse en distintos trabajos: cortaba el césped de los vecinos, paseaba perros y hasta ofreció ayudar a su hermana menor con sus tareas de la escuela.

Cada tarea que realizaba le traía una nueva lección sobre la responsabilidad y el valor del esfuerzo. Con el tiempo, comenzó a ahorrar todo lo que ganaba, y se dio cuenta de que al trabajar se sentía más feliz y realizado.

Un día, mientras caminaba por el parque, notó que el vendedor de helados estaba solo y parecía tener problemas. Sin pensarlo dos veces, decidió ayudarlo. Trabajaron juntos durante varias horas y al final del día, el vendedor le regaló un helado como agradecimiento.

Santiago regresó a casa y le contó a su padre lo ocurrido.

"Hoy ayudé a alguien sin que me pagaran nada. Simplemente quería hacerlo" - dijo con una sonrisa.

Don Alberto no podía estar más orgulloso.

"Ves, Santiago. Aprender a trabajar no solo te permite conseguir dinero, también te ayuda a crecer como persona" - le dijo con cariño.

A partir de ese día, aunque Santiago seguía disfrutando de su tiempo libre, también entendió la importancia de trabajar y sentirse útil. Con el tiempo, su padre decidió invertir parte de su dinero en lanzar un pequeño negocio conjunto, donde Santiago pudo poner en práctica todo lo aprendido y, así, comenzar a construir su propio camino.

Y así, Santiago se convirtió no solo en un sucesor de la riqueza de su padre, sino en un joven trabajador y solidario, que nunca dejó de aprender y crecer.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!