El Viaje de Sofía



Sofía era una niña brillante. Tenía una imaginación desbordante y una increíble habilidad para resolver problemas de matemáticas, pero había un pequeño problema: no le gustaba hacer nada. Pasaba muchas horas mirando por la ventana, pensando en lo que podría hacer, pero nunca se animaba. Su mamá siempre decía:

"Sofía, ¿por qué no intentás hacer algo divertido hoy? Podés dibujar, construir algo o leer un libro de aventuras".

"No tengo ganas, mamá", respondía Sofía, con un suspiro.

Un día, mientras estaba sentada en su banco favorito, vio a unos chicos jugando a la pelota. Saltaban, reían y, sin darse cuenta, Sofía se sintió un poco sola. En ese momento, decidió acercarse a observar. Entonces, uno de los chicos la miró y la invitó:

"¡Hola! ¿Querés jugar con nosotros?".

"No, gracias. Yo... no soy buena en eso", respondió Sofía, sintiéndose un poco triste.

El grupo continuó jugando y Sofía se quedó ahí, observando. Al final del día, los chicos se despidieron, pero uno de ellos, llamado Tomás, se acercó a ella y le dijo:

"Si alguna vez querés probar, estamos aquí. No tenés que ser la mejor, solo divertirte".

Sofía volvió a casa con una pequeña chispa de curiosidad. Pero al otro día, el ciclo se repitió. Misma ventana, mismo suspiro. Hasta que un día, un anciano misterioso apareció en el parque justo frente a su banco. Tenía un sombrero de ala ancha y una gran sonrisa a pesar de las arrugas de su rostro.

"Hola, niña. ¿Por qué pareces tan pensativa?" le preguntó el anciano.

"Me gustaría hacer cosas, pero no sé por dónde empezar...". Sofía se sintió un poco vulnerable al decir esto.

"A veces, el primer paso es el más difícil. Pero te puedo mostrar algo si tenés ganas". Sofía, intrigada, asintió lentamente.

El anciano la condujo hasta una pequeña cabaña que había detrás de unos árboles. Dentro, había un mundo lleno de cosas curiosas: frascos, libros, juegos de rompecabezas y un sinfín de materiales creativos.

"Esto es un laboratorio de ideas. En él, podés dejar volar tu imaginación y experimentar todo lo que quieras". Sofía no podía creerlo. Su corazón empezó a latir más rápido.

"¿Y qué se hace aquí?", preguntó emocionada.

"Se crea y se juega. Aquí no hay límites. Te invito a que juntos hagamos una máquina que cuente chistes", dijo el anciano, guiñándole un ojo.

"¿Una máquina que cuente chistes? ¡Eso suena increíble!". Sofía de repente sintió que la inercia que la había atrapado empezaba a desvanecerse.

Juntos, comenzaron a mezclar piezas, legos, y un viejo ordenador que el anciano había restaurado. La creatividad de Sofía brilló con fuerza cuando pensó que podrían hacer una máquina que no solo contara chistes, sino que también hiciera reír a las personas que la escucharan.

Tras varios días de trabajo y risas, al fin estaba lista. Una mañana, invitaron a los niños del parque para probarla. Sofía estaba nerviosa. Todos se reunieron alrededor y, cuando apretaron el botón, la máquina comenzó a hablar:

"¿Por qué los pájaros no usan Facebook? Porque ya tienen Twitter".

Las risas estallaron. Sofía nunca había visto tanta alegría.

"¡Soy yo!". Sofía estaba encantada y empezó a sentir una fuerza desconocida en su interior.

Al final del día, todos aplaudían y le decían que era genial. Tomás se acercó y le dijo:

"¡Sofía, sos increíble! ¿Por qué no hacés más cosas?".

Sofía, sonriendo, respondió:

"Porque al final sólo necesitaba un pequeño empujón para empezar".

Desde entonces, no solo fue la niña brillante que estaba sentada en el parque, sino que se convirtió en Sofía la Inventora, que iba creando cosas maravillosas, compartiendo risas y su talento con todos. Ya no más miradas por la ventana; la vida había comenzado a llenarse de aventuras.

Sofía aprendió que la motivación a veces se puede encontrar en las pequeñas cosas y en compartir momentos con los demás, porque juntos, todo es más divertido. Y así, cada día, encontraba un nuevo motivo para crear y disfrutar de su vida.

FIN.

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