El Viaje de Sofía



Había una vez en un colorido barrio de Buenos Aires, una niña llamada Sofía. Sofía era una niña alegre y llena de energía que disfrutaba de cada sonido que la rodeaba: el canto de los pájaros, el murmullo del viento, y la risa de sus amigos. Un día, mientras jugaba en el parque, empezó a sentirse un poco rara. Se le tapó un oído y no podía escuchar bien, pero pensó que era algo pasajero.

"¡Mamá! No puedo escuchar bien de un lado", le dijo con un puchero.

"No te preocupes, Sofía. Tal vez sea solo un resfrío. Vamos a ver qué dice el doctor", respondió su mamá, acariciándole el cabello.

Así que al día siguiente, la mamá de Sofía la llevó a la consulta. Después de hacerle algunas preguntas y examinar su oído, el doctor dio la noticia que a Sofía le costó aceptar.

"Sofía, parece que has tenido una pérdida auditiva en uno de tus oídos. Hay cosas que no podemos cambiar, pero puedes aprender a adaptarte", explicó el doctor con ternura.

Sofía sintió que la tierra se desvanecía bajo sus pies.

"¿Qué voy a hacer ahora? No podré escuchar a mis amigos, ni a mis profesores...", murmuró, con lágrimas en los ojos.

Su mamá la abrazó y le dijo:

"Verás que no todo está perdido, mi amor. Hay muchas maneras de adaptarse y aprender. ¡Y recuerda que yo siempre estaré a tu lado!"

Poco a poco, Sofía comenzó a adaptarse a su nueva situación. Su madre le enseñó a leer los labios y a percibir los sonidos de otra manera. Además, la escuela le ofreció un intérprete de lengua de señas, lo que le permitió comunicarse de diferentes formas.

Un día, mientras jugaba con sus amigos en el parque, Sofía notó que no podía escuchar el canto de los pájaros como antes, pero, gracias a lo que había aprendido, empezó a notar otras cosas que antes le pasaban desapercibidas.

"¡Chicos! Miren el arcoíris!", exclamó.

Sus amigos se volvieron para mirarla.

"Sofía, ¿qué tiene que ver el arcoíris?" preguntó Julia, una de sus amigas.

"Todo! En vez de preocuparme por no escuchar, estoy viendo cosas hermosas, como los colores del cielo. ¡Puedo apreciar lo que veo!" dijo con una gran sonrisa.

Desde ese día, Sofía decidió que su pérdida auditiva no la definiría. Comenzó a explorar su entorno con mayor atención. Cada día encontraba algo nuevo: el zumbido de las abejas, el aroma de las flores, y las formas de las nubes.

Un tiempo después, hubo un festival en su escuela para celebrar la diversidad. Sofía decidió participar y mostrarles a todos que se podía disfrutar de la vida incluso si no se escucha con ambos oídos. Preparó una presentación con su maestra, donde enseñaría a todos la lengua de señas.

El día del festival, Sofía estaba nerviosa pero emocionada. Cuando fue su turno, se subió al escenario.

"¡Hola a todos! - comenzó. - Hoy quiero compartir una manera especial de comunicarnos. A veces, las palabras se escuchan de diferentes maneras...".

Sus amigos, familiares, y compañeros la aplaudieron mientras Sofía hacía gestos llenos de vida, mostrando su lenguaje a todos. Su energía contagió a todos, y al finalizar, la multitud aplaudió a rabiar.

"¡Sofía, sos increíble!" le gritó Julia desde el público.

"No! ¡Nosotros somos increíbles!", respondió Sofía con entusiasmo, y el público la acompañó en una ovación general.

A partir de ese día, Sofía se volvió el símbolo de la diversidad y la inclusión en su escuela. Y aunque no podía escuchar con un oído, su corazón latía con la fuerza de todos los sonidos del mundo.

Aprendió que las barreras pueden ser superadas con amor, adaptación y, sobre todo, creatividad.

Así, Sofía descubrió que escuchar el mundo no solo se trata de oír, sino también de ver, sentir y conectar con todos los colores que nos rodean. Y su historia nunca dejó de inspirar a quienes la conocieron, recordándoles siempre que cada desafío tiene un camino lleno de posibilidades.

FIN.

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