El Viaje de Sofía y sus Estrellas



Sofía era una niña de ocho años que vivía en San Isidro. Tenía una gran sonrisa y una imaginación aún más grande. Pero había algo que la ponía triste: su padrino, el querido Tomás, había partido al cielo hacía unos meses y ella lo extrañaba muchísimo.

Una tarde, mientras miraba por la ventana de su habitación, Sofía suspiró y dijo en voz alta: "Ojalá pudiera hablar con el cielo y preguntarle a Tomás cómo está."

De repente, un suave susurro le llegó desde su ventana. Era su amiga Ana, la niña de al lado, que entró sin llamar, como siempre.

"¿Qué te pasa, Sofía? Estás toda melancólica."

"Extraño a mi padrino y no sé cómo sentirme mejor."

"¿Y si lo buscamos? Tal vez podamos encontrar una manera de hablar con él."

Sofía se iluminó, con su imaginación alborotándose nuevamente. "¿Cómo?"

"Podemos hacer una búsqueda del tesoro. Buscaremos cosas que nos recuerden a él y al final, te ayudaré a enviarle un mensaje."

"¡Sí! Me encanta la idea!"

Así que juntas salieron al parque, donde Tomás solía jugar con Sofía. Primero encontraron una pelota de fútbol, la misma que habían usado en tantas tardes de risas:

"Él siempre decía que el fútbol era como la vida, que había que jugar la mejor partida posible."

Las dos niñas siguieron caminando y encontraron una mariposa de colores vivaces.

"Mirá, Sofía, él siempre decía que las mariposas son como nuestras almas, llenas de luz y color."

Sofía sonrió, recordando cómo Tomás siempre hacía que los días grises se llenaran de alegría. Pero había algo más que buscar.

Mientras exploraban, vieron un árbol enorme, y se acercaron a él.

"Este árbol es gigante. Él me decía que hay que dar raíces fuertes para crecer bien."

Sofía se sentó bajo el árbol y empezó a hablarle a su padrino. "Tomás, me haces falta. Pero creo que siempre estarás en mi corazón."

Ana, al darse cuenta de lo que intentaba hacer su amiga, se unió a su mensaje. "Creo que podemos hacer algo especial. Volvamos a casa y escribamos nuestras cartas."

Sofía se entusiasmó. "¡Sí! Escribamos cartas con todas las cosas que sentimos."

De regreso, Sofía tomó papel y lápiz y comenzó a escribir:

"Querido Tomás, te extraño mucho. Gracias por todas las risas y por siempre hacer que el cielo fuera un lugar lleno de estrellas."

Ana, también entusiasmada, escribió su propia carta:

"Querido Tomás, me haces falta. Siempre recordaré cómo jugábamos juntos y las historias que contabas… Siempre estarás en nuestros corazones."

Con las cartas listas, las niñas decidieron que, al caer la noche, las dejarían volar al cielo. Fue entonces cuando Sofía miró al cielo y sugirió.

"Podemos hacer que vuelen con un globo."

Las niñas fueron a la tienda de manualidades y compraron un globo enorme. Con todas sus letras de amor hacia Tomás, lo ataron al globo y salieron al jardín.

"Ahí va, Tomás, hacia el cielo.¡Adiós!"

Al soltar el globo, Sofía sintió una mezcla de tristeza y alegría. "Espero que recibas nuestras cartas y que estés orgulloso de nosotras."

Ana la abrazó. "Siempre estará contigo, Sofía. Y cada vez que mires las estrellas, recuerda que allí está y que te está cuidando."

Esa noche, mientras las estrellas brillaban en el cielo, Sofía sintió una calidez en su corazón. Pensó en el juego, las risas, y en todas las lecciones que su padrino le había enseñado.

No necesitaba una respuesta literaria, porque cuando cerró los ojos, pudo asegurar que sentía a Tomás allí, riendo con ella, en forma de estrella.

Desde ese día, Sofía aprendió a recordar a su padrino no con tristeza, sino con alegría, sabiendo que el amor nunca se va, simplemente cambia de forma.

"Cada estrella es una sonrisa, Sofía. Sigue mirándolas, él siempre estará contigo."

Y así, la melodía del recuerdo bailó en su mente, convirtiendo el dolor en una hermosa música de amor que resonaría por siempre en su corazón.

FIN.

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