El Viaje de Tomás



Era un soleado sábado en la ciudad de Buenos Aires. Tomás, un chico de 15 años, decidió aventurarse solo por el centro. Había escuchado a sus amigos hablar de los lugares increíbles que había y quería descubrirlo por sí mismo. Pero mientras paseaba, se distrajo mirando una vidriera brillante y, cuando se dio cuenta, ya no sabía dónde estaba.

"¿Dónde estoy?" se preguntó. Mirando a su alrededor, vio que todos los edificios le parecían iguales. Murmuró un poco nervioso: "No tengo ni idea de cómo volver a casa". Pero aún así, decidió que no iba a dejar que el miedo lo detuviera.

Comenzó a caminar por una calle llena de gente, buscando pistas que lo guiaran. De repente, sintió un codazo. Era una chica de unos doce años que llevaba una mochila gigante llena de libros.

"¡Disculpa!", dijo Tomás.

"No te preocupes, ¡yo también andaba distraída! Soy Sofía".

"Soy Tomás, estoy perdido. ¿Conoces esta parte de la ciudad?"

Sofía sonrió y dijo:

"Sí, estoy en el club de exploradores. Sé cómo volver".

Tomás se sintió aliviado y la siguió. Sin embargo, mientras daban la vuelta, se encontraron con un perro callejero.

"¡Mirá! Este perrito parece perdido también", dijo Sofía.

Tomás se agachó.

"¿Qué hacemos?"

"Creo que deberíamos ayudarlo. Tiene un collar, tal vez alguien lo está buscando".

Decidieron seguir al perro, quien parecía tener un buen sentido de la dirección. A medida que caminaban, pasaron por un mercado. Sofía, que era muy curiosa, dijo:

"Vamos a comprar algo para el perrito. Él también debe tener hambre".

Tomás pensó que era una gran idea, así que compraron un poco de comida. Cuando se la dieron, el perro movió la cola y miró feliz a Sofía y a Tomás.

Mientras buscaban al dueño del perro, se encontraron con un mural vibrante que mostraba diversos aspectos de la vida en la ciudad. Sofía comentó:

"Este mural es hermoso, ¿no crees? Refleja la diversidad de las personas que viven aquí".

"Sí, es impresionante. Nunca había visto algo así".

Continuaron buscando, pero no encontraron a nadie que estuviera buscando al perro. Entonces, Tomás tuvo una idea.

"Podríamos poner un cartel en la plaza, tal vez alguien vea que lo tenemos".

Sofía asintió encantada, y juntos hicieron un cartel colorido que decía: “¿Perdiste a tu amigo? ¡Llama a este número!". Cuanto estaban en la plaza, una señora se acercó a ellos.

"No puedo creerlo, ¡eso es mi perro!" dijo la señora emocionada.

Cuando la mujer lo abrazó, el perrito lamió su rostro con alegría. Tomás y Sofía se sintieron felices por haberlo ayudado.

"¡Gracias! No sé qué hubiera hecho sin ustedes", dijo la señora.

Cuando todo parecía resuelto, Tomás se dio cuenta de que no sabía cómo volver a casa.

"Creo que tengo que llamar a mi mamá". Pero no tenía saldo en su teléfono.

Sofía, que era más sabia de lo que parecía, le sugirió:

"Podemos ir al centro cultural. Hay un teléfono público allí".

Con confianza, siguieron hasta encontrar el centro cultural. Al llegar, el director, un hombre amable, los recibió:

"¿En qué puedo ayudarles, chicos?"

Tomás se explicó y el director, tras escuchar, sonrió y dijo:

"Claro, tú también has hecho buenas acciones ayudando a ese perro. Aquí el teléfono es gratis".

Tomás se sintió agradecido mientras llamaba a su madre. Poco después, ella llegó, preocupada pero aliviada al verlo sano y salvo.

"¡Tomás! ¡Te estaba buscando por toda la ciudad!".

El chico abrazó a su madre y luego miró a Sofía.

"Gracias por ayudarme. He aprendido mucho hoy".

"Yo también, Tomás. La ciudad puede ser un lugar confuso, pero si estamos juntos, ¡podemos lograr muchas cosas!".

Asi fue como Tomás no solo encontró el camino de regreso a casa, sino que también hizo una nueva amiga y entendió el valor de ayudar a los demás. Nunca olvidaría su aventura en la ciudad, un lugar donde siempre había algo nuevo por descubrir, pero donde también había muchas formas de hacer el bien.

FIN.

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