El Viaje de Tomás
Tomás era un chico de 18 años que siempre había soñado con ser arquitecto. Su pasión por construir cosas y dibujar planos lo llevó a la universidad. Sin embargo, había un problema que lo atormentaba: su relación con Ana, su enamorada desde hacía dos años. Al principio, todo iba perfecto, pero con el tiempo comenzaron a surgir malentendidos.
Un día, después de una discusión sobre qué hacer el fin de semana, Tomás decidió dejar la universidad. Se sentía triste y confundido.
"No puedo seguir con mis estudios si estoy tan complicado con Ana", dijo Tomás a su amigo Julián, en el patio de la casa.
"Pero Tomás, eso no soluciona nada. Tal vez deberías hablar con ella", le sugirió Julián.
Tomás no escuchó el consejo de su amigo y, en lugar de eso, se quedó en casa sintiéndose deprimido. Pasaron las semanas y, aunque disfrutaba del tiempo libre, comenzó a darse cuenta de que extrañaba sus clases y el entusiasmo de aprender. Buscando distraerse, decidió salir a dar una vuelta al parque.
En el parque, se encontró con un grupo de chicos que jugaban al fútbol. Las risas y la alegría de los niños lo hicieron sentir mejor. Se unió a ellos y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió.
"¡Genial jugás, loco! ¿Por qué no venís a jugar con nosotros más seguido?", le dijo uno de los chicos.
Tomás se sintió bienvenido y comenzó a jugar todos los días. Sin embargo, en su interior, sabía que había algo que debía resolver. Entonces, un día, mientras practicaba un tiro libre, se encontró con Ana.
"Hola, Tomás. No te había visto por la universidad. ¿Por qué dejaste?", le preguntó Ana, mirándolo con curiosidad.
Tomás, sintiéndose un poco avergonzado, le respondió:
"Decidí dar un paso atrás. Tenía problemas con nosotros y pensé que era lo mejor."
"Tomás, no creo que debas dejar tu sueño por una discusión. Todos pasamos por momentos difíciles en las relaciones. Pero podemos hablar y resolverlo juntos", le dijo Ana con sinceridad.
Tomás se sintió aliviado de escucharla. No había pasado un mes desde su última charla y todo parecía tan sencillo como antes.
"Quizás tenés razón, Ana. Me dejé llevar por la tristeza y me olvidé de lo que realmente importa. ¿Te gustaría hablar?", propuso Tomás, con un aire de esperanza en su voz.
Ana sonrió y aceptó la propuesta. Al día siguiente, se encontraron en una cafetería cercana y hablaron sobre sus problemas, sus sueños y el futuro.
"Quiero ser arquitecto, Ana. Me apasiona, pero a veces siento que no me entendés", le confesó Tomás.
"¿Por qué no me lo dijiste antes? Podríamos haberlo resuelto juntos", respondió ella.
Con el tiempo, la charla se convirtió en un intercambio de ideas y promesas. Ambas partes estaban dispuestas a escuchar y no solo a hablar, y eso creó un ambiente de confianza.
Finalmente, Tomás decidió volver a la universidad.
"Quiero ser feliz y construir cosas. También quiero que estemos bien, pero eso depende de nosotros", afirmó con determinación.
Ana asintió y le sonrió, apoyando su decisión.
"Juntos, podemos hacer que todo funcione. Te voy a apoyar en cada paso, Tomás. Vamos a ser un equipo", le prometió.
Y así, Tomás regresó a la universidad con el corazón lleno de felicidad y nuevas perspectivas. Aprendió que enfrentar los problemas y hablarlos con honestidad era fundamental. La relación con Ana se fortaleció con el tiempo, y ambos descubrieron que cualquier obstáculo podía resolverse a través del diálogo.
Con esfuerzo, perseverancia, y apoyándose mutuamente, Tomás se convirtió en el arquitecto que siempre soñó ser, mientras que Ana se sintió orgullosa de ser parte de su historia. Juntos, construyeron su futuro, ladrillo a ladrillo.
FIN.