El Viaje del Ex-Alcalde y la Condesa Nostálgica



Había una vez un ex-alcalde llamado Don Pablito, quien había sido elegido por la monarquía para gobernar su pequeño pueblo. Un día, decidió emprender un viaje hacia la metrópolis donde gobernaba la condesa Soleá, una mujer muy querida, pero que estaba pasando por un momento de melancolía.

Don Pablito se reunió con su fiel suboficial, el pequeño Juanito, un niño de gran ingenio y espíritu aventurero. Juntos, convocaron a una docena de los mejores habitantes del pueblo: el panadero, la maestra, el jardinero y otros que se agregaron a la cabalgata, con la esperanza de alegrar a la condesa.

Mientras se dirigían a la metrópoli, Don Pablito miró a su alrededor y dijo:

"¡Qué hermosas son nuestras tierras! Cada árbol, cada flor, tienen una historia que contar."

"Sí, Don Pablito. Pero a veces la gente necesita más que solo historias. Necesita sentir el cariño de los demás, especialmente si están tristes," respondió Juanito.

Cuando llegaron a la metrópoli, notaron que la condesa Soleá miraba por la ventana de su palacio con un rostro de añoranza. La ciudad, vibrante y llena de vida, contrastaba con su tristeza.

Decidido a ayudar a la condesa, Don Pablito organizó un festival en su honor.

"¡Haremos una fiesta llena de risas, música y alegría!" proclamó.

Todos se pusieron a trabajar: el panadero preparó deliciosos pasteles, la maestra organizó juegos, el jardinero decoró el lugar con flores. Pero, a pesar de sus esfuerzos, la condesa seguía con la mirada perdida.

El día del festival llegó y el pueblo se llenó de colores y risas. Don Pablito, montado en un hermoso caballo, levantó la voz:

"¡Querida condesa! Ven a disfrutar de lo que hemos preparado para ti."

Soleá, con una leve sonrisa, decidió asomarse. Y mientras lo hacía, descubrió a todos los habitantes del pueblo bailando y riendo.

"Esto es hermoso..." murmuró la condesa, y su corazón comenzó a latir más alegremente.

En medio de la fiesta, Juanito tuvo una idea brillante.

"¡Vamos a invitar a la condesa a contar historias!" sugirió. "Quizás ella también tenga algo que compartir."

Todos asintieron y juntos invitaron a la condesa a unirseles. Un poco dudosa, ella finalmente accedió. Se sentó en una silla en el centro de la plaza con todos los adornos que su gente había preparado a su alrededor.

"Una vez..." comenzó Soleá, y al contar su historia sobre los días felices de su infancia, su tristeza comenzó a desvanecerse.

Mientras la condesa narraba, el pueblo la escuchaba con atención. A medida que las historias avanzaban, su nostalgia se transformó en sonrisa y risas. El ambiente se tornó mágico, y la noche se llenó de estrellas.

En un momento, la condesa exclamó:

"Nunca imaginé que compartir mis recuerdos podría hacerme sentir tanto! Gracias, Don Pablito, y todos ustedes por recordarme la alegría de mi infancia."

Al concluir la fiesta, la condesa decidió tomar más tiempo para estar con su gente, entendiendo que su tristeza podía transformarse en alegría si compartía y escuchaba las historias de quienes amaba.

"La nostalgia no es solo un recuerdo triste, sino una oportunidad para revivir los momentos felices y compartirlos con los demás," reflexionó.

El ex-alcalde y su suboficial, junto con todos los participantes, regresaron a su pueblo con el corazón lleno de dicha, sabiendo que el amor y la comunidad son la clave para dejar atrás la tristeza.

Y así, llegaron a comprender que cada historia, cada risa, cada amistad, construyen un mundo donde la nostalgia se transforma en una bella memoria compartida.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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